26 de noviembre de 2012

La casita de mis viejos

Me mudé a la casa donde actualmente vivo el 10 de enero de 2004. A decir verdad, no recuerdo demasiado lo que ocurrió aquel día, tan sólo tengo presente la fecha. Mi anterior domicilio era más alejado del Centro, en inmediaciones del Parque Municipal, y fue mi hogar y el de mi familia durante casi toda mi vida.

Siempre que uno se tiene que mudar y empieza a ordenar todo en cajas, descubre objetos que creía perdidos, otros tantos inútiles, y por lo general opta por deshacerse de muchos de ellos. El traslado de los muebles es todo un tema, sobre todo si son pesados y tienen cajones. Con el fletero hicimos varios viajes desde la casa vieja a la nueva morada, en una camioneta que se caía a pedazos, para poder completar la mudanza. Como todo en la vida, uno se va acostumbrando a un lugar diferente. Al principio, cuesta ubicarse en tiempo y espacio: el baño no está en el mismo sitio, hay pasillos que en la otra casa no había, escaleras que parecen maravillosas pero que transcurridos los años uno se cansa de subir y bajar infinitas veces. Mi casa es mucho más confortable que la anterior, pero uno no deja de extrañar los momentos que vivió en cada habitación, el color de las paredes y el lugar donde estaban colgados los cuadros, los árboles frondosos, el patio amplio y el galpón de las herramientas. Pienso que mudarse implica, de algún modo, envejecer, no es un sentido negativo sino como parte de esa línea de tiempo, por momentos caótica y veloz,  que es nuestra existencia y que (si tenemos suerte) nos conduce a una mejor condición de vida, si tomamos como un indicador esencial de ello una nueva vivienda que seguramente tiene comodidades que no tenía la anterior. Punto final.

"No me sueltes la mano", dijeron los senadores

Viernes por la tarde en la ciudad. Estoy tranquilo, pero también somnoliento, así que procuraré escribir lo que tengo en mente. Observo que ...