4 de abril de 2013

Solidaridad a medias

¿Los argentinos somos verdaderamente solidarios? Quizás no sea el mejor momento para mirarnos el ombligo, pero ¿Tenemos que esperar aque ocurra una catástrofe natural, como las inundaciones en Buenos Aires y La Plata, para mostrar algún gesto altruista? Ser solidario, en mi opinión, no es sólo dejar un tetra brick de leche o una frazada en algunos de los centros de recepción de donaciones. En lo cotidiano, cuando no ocurren hechos como los que acabo de mencionar, a nadie le importa nada de nadie. Además, mucha gente es reacia a efectuar donaciones (y con razón), porque sabe que en la mayoría de los casos éstas no llegan a las víctimas o damnificados. Aún en la desgracia, hay personas miserables que se quedan con lo que otros donaron. La corrupción no cesa ni siquiera en las peores circunstancias. Aunque el contexto era diferente, basta con preguntarnos cuántos alimentos o víveres que la gente donó en 1982, durante la Guerra de Malvinas, llegaron a los soldados argentinos. No seamos hipócritas, no nos engañemos a nosotros mismos, no nos creamos que somos buenas personas por dejar un paquete de polenta en un comedor. Se es solidario cuando uno logra comprender al otro, o al menos intenta ponerse en su lugar. 

En la Argentina siglo XXI, vivimos en la ley de la selva. Cada uno hace la suya, y si te pueden pisar la cabeza para obtener una ventaja o lograr sacarte del medio, lo harán sin miramientos. Podemos creer que la desidia de los políticos y funcionarios ha contribuido a que la sociedad civil pierda toda confianza en los valores. Pero sería un análisis parcial si no entendemos que seguimos siendo masoquistas:  nos gusta que nos mientan, que nos engañen, que nos caguen, porque esta gente que está en el poder llegó a ese lugar por medio del voto popular. No se trata de hacer leña del árbol caído, porque tarde o temprado el agua bajará y la situación tenderá a normalizarse. Pero pensemos cuántas veces no nos importa nada del prójimo, en las situaciones más simples y cotidianas. No hace falta que ocurra un desastre climático para empezar a ser un poco más solidarios. Basta con pequeños gestos, con ceder el paso a un anciano si vamos en el auto aunque estemos muy apurados por llegar a casa, por ejemplo. La gente tiende a conmoverse cuando ocurren hechos como los que estamos viviendo, pero tan pronto como pierden espacio en los medios de comunicación, se olvida y todo vuelve a como era antes: la falta de educación, el maltrato, la agresión verbal, el escaso apego a las más elementales reglas de urbanidad entre los vecinos de un barrio. Si fuéramos tan solidarios como decimos ser, no arrojaríamos bolsas de basura en las bocas de tormenta, por citar un caso. Los baños públicos estarían limpios, no habría actos de vandalismo, no destruiríamos monumentos, ni los adolescentes ensuciarían las paredes con aerosol. Por eso, insisto en esto: a nadie le importa. Nos rasgamos las vestiduras sólo cuando alguien nos toca el culo a nosotros. Si le sucede al vecino, será un problema suyo. Pero si esto sirve para que la gente que dona alimentos se sienta más "buena" y reconfortada en el espíritu, con esa estrechez de sentido común y esa miopía de pensamiento, entonces le damos para adelante. Y es cuando aparecen los 0-800, los números para "ayudar", para sentirnos reconfortados porque supuestamente hicimos algo que nos deja la conciencia tranquila de que no somos tan mezquinos y que somos personas sensibles ante la tragedia. Ojalá que cuando vuelva la calma y la gente pueda volver a sus casas que fueron arruinadas por la inundación, perdure en nosotros algo de ese espíritu de súbita solidaridad. Punto final. 

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