8 de septiembre de 2013

La vida en el supermercado

Una de las cosas que más me fastidia es tener que hacer la cola en la caja del supermercado. Siempre hay delante de mí alguien que paga con tarjeta, en muchos casos por montos mínimos, y supongo que esas personas que hacen gala de su pertenencia o membresía a un determinado banco ya no se toman la molesta de llevar dinero en efectivo. Pero otra situación que no deja de molestarme ocurre cuando vemos cómo la góndola donde estaba tal o cual producto que solíamos consumir (yerba, aceite, mayonesa, lo que sea), ha sido sustituído por otro de mayor valor. El acuerdo de precios de los súper con el Gobierno supuestamente sigue vigente, pero siempre le encuentran la vuelta para cagarte. O fabrican envases más chicos, o te dicen que tal producto no está en stock, lo cual es lo mismo que irte con las manos vacías. En los supermercados, cerca de las cajas tienen las boludeces que todo el mundo puede llegar a consumir mientras espera su turno: golosinas, máquinas de afeitar, botellitas de gaseosa, preservativos, pilas, etc. Siempre que va una familia a hacer las compras el pendejito se antoja con los chocolates o los caramelos, y el que está atrás en la fila esperando pagar e irse lo más rápido posible, como es  mi caso, se queda en ese limbo, el tira y afloja del papá y el nene por la codiciada golosina del pequeño, sin saber qué hacer. Quizás por todo lo expuesto, y si me dan los tiempos, trato de ir a supermecardos que hagan horario corrido y hacer las compras a hora de la siesta, cuando no va nadie y puedo hacer todo sin demoras, a eso de las dos o tres de la tarde. Es la única manera que conseguí para no estar eternamente varado y extraviado en el supermercado. Punto final.

Última nota de 2024: Para el baúl de los recuerdos

  Esta es la última nota que escribiré durante lo que resta de 2024, así que no abusaré de vuestra paciencia en la lectura.   En primer lu...