5 de marzo de 2020

Urgente: Detener la escalada de violencia en la calle

Hace unos días que no escribía nada en este espacio, en parte porque me vi abrumado por los hechos de estricta actualidad que no nos dan respiro y que superan nuestra capacidad de asombro. A veces uno tiene la amarga sensación de que todo está corrompido: la Justicia, la Policía, el Estado...y en consecuencia, vivimos en tierra de nadie, parece primar la ley de la selva, cada cual hace lo que quiere y se caga en el resto. Seguramente debe haber buenas noticias, con gente honesta y generosa que dedica su vida a ayudar al prójimo. Pero no son publicadas por los medios masivos, ya que no "venden", en términos de rating. Cuando pase el verano, es probable que pocos se acuerden del crimen de los rugbiers en Villa Gesell. ¿Qué nos pasa que estamos tan violentos e indiferentes al sufrimiento de nuestros vecinos? Antes de pensar en reformar el Código Penal y endurecer las penas, hay que lograr el efectivo cumplimiento que las ya existentes. Porque desde hace años vivimos mal: no sólo con miedo en muchos casos, sino que además nos contagiamos de la violencia y el maltrato que recibimos en la calle y cuando llegamos a casa a menudo hacemos catarsis con nuestra familia, que no tiene nada que ver con todo lo que vivimos en 8 horas de laburo. 

Sin embargo, aunque no lo parezca, estoy tratando de quejarme menos, y de analizar lo que está pasando. Indagar en los motivos que llevan a la agresión física y verbal en todos los ámbitos. Creo que uno de ellos, es que se nos exige demasiado, todo tiene que ser "ya", y si hay que aplastar la cabeza de un compañero de trabajo, o traicionar un secreto para lograrlo, a nadie le preocupa.

Las noticias que vemos en los diarios y en la tele parecen ofrecernos todo el tiempo motivos para ponernos en alerta, por el Coronavirus o por lo que fuere. Pero en mis últimos posteos, cuando los volví a leer, noté que estoy demasiado renegado de las cosas, muchas de las cuales nunca lograré cambiar. Debemos entender que muchas decisiones no dependen de nosotros, aunque nos afecten el bolsillo, como ocurrió hace dos años con la escalada del valor del dólar y una devaluación sin precedentes de nuestra moneda. Todos quieren que sus hijos vayan a la universidad y se conviertan en ingenieros o abogados, y no está mal esa aspiración paterna en la medida que no genere presión y frustración. Porque en esta vida, aunque resulte cursi decirlo, debemos tratar de ser felices, y no necesitás un diploma en un cuadrito colgando de la pared para serlo. Es admirable la capacidad que tienen las personas sencillas para ser felices, para compartir la mesa con sus amigos, para disfrutar de un partido de fútbol por TV. Como periodista, nunca aspiré a ser masivo, ni a que mi opinión sea replicada por miles de lectores. Puedo lograr que alguien apruebe o no mi manera de ver la cosas, pero no es el objetivo principal que me motiva, sino el de informar y dejar que aquel que lea una nota mía o lo que fuere, haga el análisis que desee.

Mientras redactaba estas líneas, reflexionaba acerca de la necesidad de "bajar un cambio" y no dejarnos llevar por todo lo que nos dicen desde la pantalla del celular, con los interminables chats de WhatsApp que se viralizan y que ni sabemos a quiénes pertenecen. No porque no sea verdad, sino porque no está a nuestro alcance resolver nada, al menos cuando se trata de una conversación privada que se hace pública por la indiscreción de una de las partes. Punto final.

Idas y vueltas hacia el mismo lugar

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