3 de noviembre de 2022

Crónica de un fenómeno global nunca visto

 Hace unos días, con un amigo hablábamos de la música disco que dominó las pistas de baile durante buena parte de los '70. Lo primero que es conveniente decir es que la música de boliche es en esencia pasatista, nadie va allí a escuchar a Serrat, y quizás ni siquiera escuche nada, lo único relevante en ese ámbito es dejarse llevar por el ritmo, por el beat, el groove, y una serie de términos que acuñaron los yanquis y que, como no soy musicólogo, se  me hace arduo de describir. Fue entonces que uno de los dos dijo: "'¿Te acordás lo que era eso, loco? Al lado de lo que escucha hoy, parece música clásica". Nos cagamos de risa porque pensábamos igual. Donna Summer, Gloria Gaynor, los Bee Gees... artistas tildados de "grasa" en su momento que hoy le pasarían el trapo (no el trap), a más de uno. 

No voy a entrar a despotricar contra el reggeatón o el trap, pero sí debo decir que los puertorriqueños, dominicanos, colombianos, y algunos más, nos conquistaron culturalmente, nadie se imaginó nunca que esto se convertiría en un fenómeno global que ya lleva casi 20 años. "Dios está muerto", sentenció aquel filósofo alemán. Bueno, probablemente el rock también, al menos tal como lo conocimos.

 Hace exactamente 20 años, por esas cosas de la vida, tuve la oportunidad de viajar a Puerto Rico. Una isla superpoblada, con algunos barrios peligrosos, que para cualquier argentino que permanezca por un tiempo superior a tres meses es bastante difícil de entender, por el choque cultural precisamente, por el spanglish: Se sabe que PR es un Estado Asociado de EE. UU, casi un enclave colonial. La mayoría de la población habla español, claro, pero a su modo, con palabras claramente fusionadas del inglés americano. Pero no deja de ser el Caribe, y las playas son muy bonitas, el sólo acto de nadar en el agua templada y casi transparente es maravilloso. Las de República Domincana son mejores, pero no tuve oportunidad de visitarlas. 

Pero para no extenderme, la anécdota es la siguiente: En julio de aquel 2002 (verano boreal en un país que tiene clima tropical todo el año), empecé a escuchar sostenidamente lo que hoy conocemos como autos tuneados, y siempre con el mismo beat, que pasaban a toda velocidad. Le pregunté a mi amiga, que residía allí: "¿Qué mierda es esto?". "Ah, se llama reaggetón", me dijo con toda naturalidad como si estuviéramos hablando del color del pasto. Cuando regresé al país, en principio lo dejé pasar como un recuerdo más, nunca imaginé que se iba a expandir de esa manera. En ese momento, en la Argentina post 2001 se escuchaba a "Los Pibes Chorros", la nunca bien ponderada cumbia villera que constituía en sí misma una apología al delito y un reservorio de decadencia. Pero ya para 2005, este ritmo extraño que yo esucuché en otras latitudes había dado sus primeros pasos aquí. Obviamente, todos podemos conjeturar como vino evolucionando hasta la actualidad. 

Volviendo al primer párrrafo, la música disco es un híbrido o un derivado del funk y el soul, pero pensado para los boliches de la época. Una canción común y corriente incluía una sección de vientos, cuerdas, coros, instrumentos reales, nada de maquinitas. Además, la mezcla (entendida como el laburo que hace el ingeniero de sonido), demandaba un tiempo considerable para evitar la superposición de uno sobre otro y lograr el equilibrio necesario. En el estudio de grabación, ningún material sale al mercado "en crudo", lo cual implica además la masterización, que es el proceso final. En fin, había versiones para la radio, los singles o "sencillos" (radio edit) que no superaban más de 4 o 5 minutos, Pero después estaban por vinilos para los DJ, entonces te metían dos o tres temas por cada lado, de 8 minutos cada uno. Incluso después de la era disco, en los '80, el pop con sintetizadores a full se continuó comercializando de las misma manera, haciendo remixes de la versión original que estaban orientadas a los boliches. Como los Pet Shop Boys, por citar un nombre al azar. 

Todo eso no existe más, o casi: No lo sé, puede ser que un "artista" actual al estilo de Bad Bunny o Daddy Yankee haga esas cosas, pero cada vez menos, no tendría razón de ser porque funciona como un enganchado eterno: Cada tema suena igual al anterior. Ante la ausencia de instrumentos, cualquiera puede armar un engendro de este tipo, subirlo a las redes, hacerse popular, y conseguir llegar al objetivo máximo, que ya no son las disquerías, sino Spotify. A mayor cantidad de reproducciones en streaming o descargas digitales, más cobran ellos y las discográficas en concepto de regalías. 

En el gimmnasio donde voy, tienen un parlante bluetooth como los que se usan ahora, bastante potente. Bueno, toda esa música era (y es) moneda corriente. Y cuando alguien conecta o sincroniza su celular con el parlante, se respeta el gusto de ese cliente o el tiempo que quiera hacer uso de ello. Hubo unos minutos de silencio ayer por la tarde, algo que rara vez ocurre. "Esta es la mía", pensé. Al toque puse una playlist de AC/DC, y algunos (los más pendejos, digámoslo), se miraban como diciendo: "¿Qué es esto?". Convengamos que AC/DC musicalmente es una banda que no se destaca por el virtuosismo, ni nada parecido. Pero es como Creedence, le gusta a todo el mundo. Y es rock.

 Lo más interesante de este breve experimento, es que aún aquellos que en la p.. vida lo habían escuchado, se engancharon, y ni hablar de los veteranos como yo. "Por fin, loco, ahora sí dan ganas de hacer fierros", me dije a mí mismo, y el resto respondió de igual manera. Por unos minutos, el clima del gimnasio había cambiado. El switch era otro. "Si les paso por el baffle una seguidilla de temas de los Stones, les vuelo la cabeza", conjeturé. Para finalizar, aquel filósofo alemán, también sostuvo que sin la música, la vida sería un error. Tenía razón, y los hechos lo demuestran. Si hay buena vibra en el ambiente, en una proeza digna de Schwarzenegger (un ejemplo demodé, casi nadie se acuerda de él porque tiene 75 años) levantaría hasta 50 kilos de una, quién sabe, aunque al otro día lo pueda mover ni el dedo meñique. Nos estamos viendo pronto. Punto final. 








  






 









 











 


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