Viernes en la
ciudad. Está por finalizar una semana que transcurrió sin mayores novedades,
pero a esta altura del año no creo que tengamos muchos hechos relevantes para
mencionar. Estoy tratando de organizar mi tiempo para poder rendir en mi
trabajo de la mejor manera posible y destinar unas horas al descanso. Hoy
publiqué una entrevista que hice a un funcionario del Municipio. La verdad es
que no tengo nada para reclamar porque la idea de hacer una nota fue mía, lo
que pasa es que yo no pensaba que se iba a extender tanto, fueron de más de 20
minutos de audio, con un palabrerío confuso que tuve que desgrabar y editar. Por
supuesto, yo esperaba encontrarme con algo más interesante, pero no había forma
de prever cómo iba a ser el desarrollo de la conversación. A veces las cosas no
salen como uno lo imagina. Sea como fuere, lo importante es seguir generando
contenido propio, porque en definitiva eso es lo que marca la diferencia.
Hay que aprender
a templar el espíritu y mantener la calma. Ultimamente tengo mucha ansiedad y
estrés, ya hace unas semanas que vengo así, y más allá del malestar, no creo
que tenga sentido quejarse. Llegado el momento lo hablaré con un médico, y
mientras tanto, las únicas opciones no farmacológicas que se me ocurren para
bajar un cambio son continuar con las caminatas y el entrenamiento en el
gimnasio. Hasta no hace mucho, cuando tenía algún problema de salud, o quería
conocer los efectos de alguna medicación, buscaba en Google, pero la verdad es
que no está bueno diagnosticarse por Internet. No sirve de nada, porque te das
manija al pedo creyendo que tus síntomas tienen que ver con una determinada
enfermedad. Ahora que lo pienso bien, antes de que termine el año me tengo que
hacer un chequeo de rutina, para asegurarme de que todo esté en orden. Sin
dudas, la salud es el capital más preciado que podemos tener, mucho más valioso
que el dinero. Yo estoy en una edad en la cual ya debo tomar algunos recaudos,
por eso es atinado realizarse análisis clínicos como una forma de actuar sobre
la prevención y la detección de los factores de riesgo.
Me parece un gran
avance que se haya comenzado a dar valor a la salud mental. Antes la gente
pasaba toda su vida padeciendo algún trastorno de ese tipo y nunca recibía la
atención profesional que le hacía falta. No era habitual hablar de depresión,
de fobias, de ataques de pánico, o lo que fuere. Había muchos prejuicios, y por
eso muchos prefirieron ocultar su condición, se tuvieron que resignar a sufrir
en silencio. En ese aspecto podemos decir que hemos progresado como sociedad.
Afortunadamente, cada vez son menos los pacientes que transcurren toda su vida
internados en un neuropsiquiátrico. En la mayoría de los casos no representan
un peligro o una amenaza para terceros, más allá de que su comportamiento sea
distinto al del resto. Todavía hay que seguir en este camino para desmitificar
por completo a las enfermedades mentales. Nadie está exento de que en
determinado momento le chifle el moño. Ojalá aprendiéramos a ser más empáticos,
e intentar comprender lo que al otro le toca afrontar. Hoy disponemos de
abundante bibliografía, hay muchos estudios clínicos, nuevos enfoques, y todo
ello es un gran paso para naturalizar y poner en el tapete aquello que durante
muchos años permaneció escondido en algún lugar. Hacer terapia es una elección
que tiene que ver con el bienestar, no es un capricho para perder el tiempo. Pero
muchas veces cuesta dar con el profesional adecuado para sentirnos cómodos
durante la consulta. Si hay un punto para destacar, es que todos nos merecemos
la oportunidad de salir adelante. Es normal atravesar por una crisis en una
determinada etapa de la vida, no siempre estamos preparados para sobrellevar
una carga que pone en jaque nuestras fuerzas. Si aceptamos que no podemos solos,
vamos a empezar a adoptar un criterio diferente respecto de la conveniencia o
no de pedir ayuda.
Hoy por hoy, no
es extraño que tengamos un familiar, un amigo, o un conocido que la está
peleando para salir de una depresión. La vida tiene muchos momentos de quiebre
que nos ponen a prueba constantemente. Si una persona perdió a un ser querido,
es lógico, casi diríamos predecible, que se sienta tan mal que caiga en una
depresión, y todo lo que ustedes deseen agregar. Pero no es la única razón por
la cual el desgano, la falta de motivación y las crisis nerviosas empiezan a
afectar el funcionamiento de nuestra mente. La insatisfacción, el
estancamiento, el no encontrarle sentido a nada, son algunos de los síntomas de
un cuadro depresivo. Obviamente, yo no soy psicólogo ni psiquiatra, pero lo que
trato de explicar es que es posible padecer una patología de este tipo por
fuera de los casos más obvios y esperables. Es un tema que da para hablar largo
y tendido, y cuanto más se hable y se difunda, más preparada estará la sociedad
para no estigmatizar ni juzgar al pedo. Bueno, amigos, seguramente si estoy con
pilas para el próximo posteo, vamos a seguir analizando estas cuestiones, y el
posicionamiento erróneo que se ha hecho de la salud mental durante años. Por
eso, hay que continuar haciendo docencia para que demos un paso más hacia la
aceptación de la salud mental como un cúmulo de patologías que no se ven, pero
que le joden la existencia a millones de personas en el mundo. Punto final.
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