21 de junio de 2010

Crónica de un lunes feriado

A pesar de que ayer (domingo) se conmemoró el Día de la Bandera, por esa costumbre que se ha adoptado con el supuesto objetivo de fomentar el turismo, el feriado es hoy, lunes 21. Y es en días como éstos cuando me pongo a pensar en quienes tienen que trabajar como si fuera un día cualquiera (yo entre ellos). Pero hay empleos que realmente no soportaría, o al menos, creo que me costaría bastante acostumbrarme. Por ejemplo, ser cajero de un supermercado, tener que soportar el malhumor de la gente, la discusión porque la persona argumenta que le diste mal el cambio, el trámite inútil y vergonzoso de un tipo que quiere pagar una compra de 20 pesos con una tarjeta de crédito.
Pasar encerrado en una oficina o en un lugar del cual no te podés mover, como es el caso de una caja, es sumamente ingrato. Desde luego, en los tiempos que corren debemos sentirnos afortunados de tener un trabajo, y es lamentable que se recurra a los sectores más necesitados para obtener mano de obra barata.

También los jóvenes que queremos independizarnos padecemos las consecuencias de este complejo escenario en el cual la inflación y la suba de los servicios públicos hace que alquilar una casa se convierta en algo utópico, porque te consume todos tus ingresos. No hay nada más gratificante que tener tu propio espacio, aunque sea un departamento monoambiente, por la tranquilidad que te da saber que puertas adentro podés hacer lo que quieras, manejarte tus tiempos, y empezar a forjar hábitos como la limpieza y el orden, que son tediosos pero necesarios. Hay que aprender también a cocinar, para abaratar costos y no tener que recurrir a un sandwich o un tostado en un bar. En fin, se trata de una experiencia que puede resultar difícil al principio, cuando estamos acostumbrados a tener un plato de comida en la mesa familiar, pero sin lugar a dudas es un paso hacia adelante para aprender que llega un punto en el cual estamos solos y cada decisión que tomemos será de nuestra exclusiva responsabilidad.

Por todo ello, en representación de todos los jóvenes que viven con sus padres, sostengo que no es que uno no quiera "dejar el nido". Simplemente, los números no cierran y resulta imposible pensar en un proyecto a largo plazo. Pero no hay que perder las esperanzas, y si por ahora no podemos concretar ese paso, volvamos nuestra mirada hacia otras metas que siguen pendientes y que resultan más a nuestro alcance. Les aseguro que no tardarán mucho tiempo en encontrarlas.

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