Si algo hay que reconocerle al kirchnerismo, es que ha logrado seducir a las masas como ningún movimiento político en los últimos 30 años. Docentes, periodistas, deportistas, y actores sucumbieron ante el canto de las sirenas de lo que se conoce como "relato oficial". No obstante, vale hacer la salvedad de que el movimiento K ha sumado adhesiones aún enfrentado a los medios de comunicación, hecho que no sucedió con Menem, por ejemplo. El riojano fue bendecido por la prensa de la época en virtud de la "estabilidad económica" resultante de la convertibilidad. El menemismo como tal sólo comenzó a ser blanco de críticas cuando el modelo privatizador estaba agotado y la corrupción en ciernes ya era imposible de disimular.
Como todo en esta vida, hay que separar los tantos: hay gente que defiende a este modelo con auténtica convicción (equivocada o no), y otra que lo hace por mera conveniencia. Podemos decir que este Gobierno es populista, e inclusive fundamentarlo, pero no viene al caso. Lo que sí cabría preguntarse, es si no sucede lo mismo en el resto de los países de Occidente. Y si los políticos, para ganarse la simpatía del electorado, no caen en medidas populistas y que rozan lo demagógico. Por lo general, las consecuencias de estas acciones llevadas a cabo por el poder de turno no se advierten en el corto plazo, y cuando el pueblo se dio cuenta de que fue estafado (una vez más), ya es demasiado tarde y hay que comenzar de nuevo. Es como el mito del eterno retorno. No es la cuestión "ser o no ser K", sino pensar en qué medida confiamos en quienes nos gobiernan. ¿Le creés a Boudou, de Kiciloff, a Zannini, o a Cristina misma? ¿Confiaste en Menem o en Alfonsín? ¿Nunca se sentiste defraudado porque ves que pasan los gobiernos y nada cambia, estamos siempre en el mismo lugar? Son preguntas, nada más, que me surgen porque algún día el ciclo K terminará y posiblemente no haya una continuidad. A lo que me refiero es que vamos a jugar nuevamente a estatizar o privatizar, al dólar o al peso, al nacionalismo barato o a la burocracia sindical. Y ello nos conduce a la amarga certeza de que las cartas están echadas: hoy el kirchnerismo está en su mejor momento, y a nadie parece importarle demasiado la coyuntura. Pensemos el futuro, pensemos en un post-kirchenismo antes de que llegue el naufragio. Punto final.
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