16 de febrero de 2020

Mañana de domingo en la ciudad

Este domingo me desperté varias veces, hasta que finalmente logré conciliar el sueño. En consecuencia me levanté más tarde de lo previsto, y más cansado de antes de reposar mis huesos en el colchón. Pero estoy tranquilo, listo para afrontar lo que el día me depare. No le temo a lo que vendrá, lo acepto como parte de la incertidumbre que todos tenemos respecto al futuro. Lo que sí puedo afirmar es que soy bastante inconformista, sobre todo en mi trabajo. Muchas veces hay notas que están bien hechas, o que al menos son completas, pero rara vez me satisfacen. Es que yo no pienso en el tiempo que me puede demandar, sino en el lector, que es como debería ser. Exigirse a uno mismo más de la cuenta nunca es bueno, pero constituye una motivación para dar lo mejor posible. Por citar un caso, ayer cubrí la última jornada de "Artenoche" y quizás para exponer todo lo que viví como cronista, tendría que escribir un mamotreto larguísimo que pierde interés rápidamente. Debo reconocer que me falta poder de síntesis, más aún si estás escribiendo para un portal de noticias donde la gente entra para enterarse rápido de lo que sucedió. Es decir, el tiempo dedicado a la lectura es diferente a un diario en papel. 

A veces cuesta expresar una idea sin ofender a nadie. Por eso, a menudo, uno se "autocensura" casi sin darse cuenta, porque todos hacemos un recorte distinto de la realidad, vemos las cosas desde un prisma diferente. De hecho, hay cosas que me gustaría decir para agitar un poco las aguas. Pero si no lo hago es para evitar la confrontación en un pueblo como el nuestro, que todavía está lleno de prejuicios. Tengo mis convicciones y trato de defenderlas, pero no tengo ganas de perder tiempo en una discusión en la cual mi interlocutor se considera el dueño de la verdad. Mis opiniones sobre este Gobierno podrán irritar a algunos, pero francamente no puedo evitar indignarme cuando percibo cómo vamos perdiendo la capacidad de reacción y nos acostumbramos a que el caos sea lo normal, a que la ilegalidad se convierta en un modo de vivir, y tantos otros incisos que sería largo mencionar.

Cambiando de tema, hace tiempo que no escucho un programa completo de Dolina.  No obstante, por las últimas veces que lo hice, siento que es un formato agotado y que le falta algo: esa "chispa", esos guiños cómplices, esa espontaneidad. No sé que pensar al respecto, será que ya me he hartado de Dolina y me niego a admitirlo o quizás, efectivamente, la calidad del programa haya mermado.

Como el fútbol ha dejado de interesarme hace rato, los días en que las emisoras de AM transmiten partidos se asemejan a los discursos por Cadena Nacional. No hay posibilidad de escuchar otra cosa, excepto Radio 10, que no transmite partidos de ninguna clase. A veces siento que la decadencia de la televisión también llegó a la radio, y que las viejas glorias de la radiofonía, como Cacho Fontana o Pinky, deben percibir esto con más claridad que yo porque han trabajado en el medio y saben cómo hacer bien las cosas. Considero que se subestima a la gente, se parte de la idea de que no es rentable ofrecer un programa de calidad porque no tendrá audiencia. Y hay además una cuestión de costos: es más barato hacer un programa de chimentos (con "guerra de vedettes" incluida) que pagarle el sueldo a un grupo de panelistas de un programa periodístico. Punto final. 

Las preguntas obvias también merecen ser respondidas

Con el paso del tiempo, vamos cambiando. Eso no es novedad, lo novedoso es cómo interpretamos ese proceso. El destino nos lleva a enfrentarn...