Ultimamente, siempre que hay algún feriado largo en la ciudad (no es este el caso), son días movidos, tanto en el tránsito vehicular como en la circulación de turistas que eligen Lobos como destino. Hasta no hace mucho, uno lo advertía de manera notable por su condición pueblerina, sobre todo, cuando todavía se disputaban las Olimpíadas de la Cuenca, que por tiempo indeterminado dejaron de realizarse. Más allá de la situación que todos conocemos, este año sí hubieran podido reanudarse, se me ocurre pensar.
Debo reconocer que los deportes nunca me entusiasmaron, aunque tampoco recibí mucha motivación en las clases de Educación Física de la Secundaria. Siempre quedaba relegado cuando se formaban los equipos de fútbol o voley. Y no he sido el único. Si tenía la suerte de que me tuvieran en cuenta para algún equipo, siempre iba de defensor o de arquero, los mediocampistas o delanteros eran posiciones que estaban reservadas para los que supuestamente gozaban de mayor destreza para esas lides. Pero no culpo de ninguna manera a los profesores que me tocaron en suerte, quizás no estaba tan afianzado el concepto de inclusión, y de que todos podemos desarrollar algún tipo de actividad física por fuera de los deportes tradicionales.
En fin: Como les estaba diciendo en otra nota, hoy por hoy, tampoco me interesa cubrir un partido de la liga local porque
para poder hacerlo tendría que dedicarme enteramente a eso y conocer el paño, además de que no es el perfil
que pretendo darle a la información. Hay ocasiones excepcionales donde todos
estamos pendientes, como el Mundial, la Copa América, y esos torneos
importantes. Y por supuesto, los Juegos Olímpicos. Soy hincha de Boca de toda la vida, y cuando el campeonato era
menos confuso que ahora, cuando todavía quedaban jugadores de jerarquía en el
equipo y no eran rápidamente transferidos a clubes europeos, me enganchaba a ver los resúmenes de Fútbol de Primera con esos dos nabos de Araujo y Macaya Márquez, o bien escuchaba los
partidos por la radio.
Con el tiempo,
van cambiando los intereses y las prioridades de cada uno de nosotros. Muchas
veces sin que siquiera nos demos cuenta. A veces es un proceso que se va dando
paulatinamente, y en otros casos, la vida nos da un vuelco, un cimbronazo, y
nos obliga a mirar lo que sucede de un modo diferente. Podemos ser víctimas y
victimarios a la vez. Un día cualquiera nos sentimos con fuerzas para llevarnos
al mundo por delante, y un domingo nublado con tinte melancólico, podemos
sentirnos una piltrafa haciendo zapping con el control remoto sin encontrar absolutamente
nada que merezca ser visto en la pantalla.
Es desgastante el
ritmo de vida actual, nos autoexigimos demasiado, pretendiendo dar más de lo
que podemos. En rigor de verdad, no está mal que seas consciente de tus
limitaciones, sin que ello te impida tener el deseo de superarte. Saber que hay
algo que nos cuesta un esfuerzo considerable hacer, es un estímulo para intentarlo, pero sin
presionarnos al punto de dejar que los demás decidan por nosotros. El que no
cambia, no evoluciona: aquel que se jacta de ser "el mismo de
siempre", no comprende que es imposible de sostener esa postura. No somos
los mismos, porque hay muchísimos factores externos que nos obligan a cambiar
el chip. El mismo rumbo que adopta la sociedad es uno de ellos. Más de una vez cuesta aceptarlo, dar vuelta de página y mirar hacia
adelante. Pero es lo único que nos queda, y a menudo esa transición entre quién
eras y quién sos, se va dando naturalmente. Si estuvimos dos años usando un
barbijo, al punto tal de que todavía no nos acostumbramos del todo a volver a
circular “a cara descubierta” sin ese molesto trozo de tela que nos dificultaba
respirar o ser escuchados por el empleados de cualquier negocio (mampara de por
medio), podrás entender mejor de qué estoy hablando. Punto final.
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