(Publicado originalmente en 2005)
Parece que se reproducen como una plaga: Todos los días, escuchamos o vemos un amplio espectre de "opinólogos" que se expande con una velocidad inversamente proporcional a la de su lucidez mental. El Diccionario de la Real Academia Española define escuetamente a la opinión como "dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable", y a la opinión pública como "sentir o estimación en que coincide la generalidad de las personas acerca de asuntos determinados". Nada dice acerca de los elementos de los cuales se vale la persona o la generalidad de las personas para emitir tal juicio de valor.
Existen asuntos mundanos sobre los que se puede opinar con cierta liviandad, y nadie va a poner el grito en el cielo por un comentario en ese sentido. Por ejemplo, un sujeto puede opinar: "La Selección (de fútbol) es un desastre", y nadie lo va a lapidar por haber esbozado esa rudimentaria idea que puede ser discutible o no, en cuanto a resultados, nivel de juego y muchas variables más. Si le preguntamos al tipo por qué piensa que, efectivamente, la Selección es un desastre, echará mano a argumentos más o menos confusos, a saber: que a ciertos jugadores "les pesa la camiseta" (?), que el equipo "no tiene mística", que no dejan lo mejor de sí para representar dignamente al país en una competencia internacional.
Ahora bien, con la política nacional o internacional, no me gusta decir algo porque simplemente me desagrada un determinado grupo o referente, y soltarlo así nomás. En primer lugar, porque a nadie le importa. Y en segundo orden, porque analizar los hechos es un ejercicio que debemos tomar como hábito, como gimnasia. Y eso no siempre lo vas a encontrar en la televisión, diría yo. Aunque nunca viajé a Europa hasta ahora, tiene que haber un mínimo conocimiento de lo que es para opinar sobre "la tercera vía" que pretendió encarnar Tony Blair, o el socialismo bajo el cual se define al gobierno de Jacques Chirac en Francia. Porque el socialismo entendido en esa parte del mundo, está muy lejos de la forma en la que lo concebimos acá.
Y, por otra
parte, si vos pasaste una semana de vacaciones en Roma y haber anduviste
recorriendo por la Via Veneto o algún sitio emblemático, lo único que podés
contar cuando regreses son las anécdotas de cualquier persona que viajó y que
vio algo que quizás lo sorprendió o le llamó su atención. A lo que me refiero
es que, no basta para opinar sobre Italia a un nivel macro. Me aburre y me
genera bastante tedio escuchar a esos tipos que con una soberbia a toda prueba
aseguran que están en condiciones de opinar sobre, pongamos por caso, España,
simplemente porque estuvieron allí.
Desde luego, el
hecho de haber estado en un lugar permite a la persona tomar contacto directo
con un "estado de cosas" que de otra manera no sería posible. Pero el
hecho de advertir que ese amigo viajero ha pasado más tiempo en el Free Shop
del aeropuerto de Fiumiccino comprando camisas que recorriendo la Plaza San
Pedro nos hace suponer que esa persona difícilmente conozca realidades más
acuciantes del país que está visitando. Probablemente nunca supo que en Italia
existió un dictador llamado Mussolini, una organización terrorista de extrema
izquierda (Los Brigadas Rojas), y así sucesivamente.
Por ese motivo,
además, la raza de los opinólogos, no satisfechos con ignorar los datos más
elementales de la historia argentina (y luego regodearse con la ignorancia de
los adolescentes), se meten de lleno en analistas políticos. Ellos saben todo,
y que nadie se atreva a cuestionar sus primitivos razonamientos de geopolítica.
Algunos opinan para lucirse en una conversación y demostrar que son
"hombres de mundo", pero otros opinan porque no tienen otra cosa
mejor que hacer.
No faltará quien,
en nombre de la tolerancia, diga: "Todos tenemos derecho a opinar".
Absolutamente cierto, eso se llama libertad de expresión. ¿Pero si a esa
opinión, que no suma en absoluto a cualquier debate, le añadimos una pizca de
racionalidad, no sería mejor?
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