23 de julio de 2009

Osos polares


"Frío polar", lo definieron los medios y los meteorólogos inútiles. Ese frío que cuando salís a la calle te quema las manos y te hace doler la cabeza (en el mejor de los casos). No hay bufanda, campera, saco, ni abrigo alguno que lo resista. Ayer fue un día en el cual una nefasta combinación de viento, lluvia y calles anegadas hizo que todos quienes no teníamos que salir por algún motivo urgente nos recluyéramos en nuestras casas, donde por lo menos teníamos un techo y cuatro parede para resguardarnos. No recuerdo, en el invierno de 2008, haber presenciado un fenómeno semejante, que se vio potenciado por el hecho de que hacía varios meses que no llovía con esa intensidad y persistencia. Aproveché la ocasión para escuchar viejos discos que duermen en el olvido y que compré por motivos vergonzosos (mero impulso, algún hit aislado, una novia que nos recomendó escuchar a "X", y la lista sigue). Nos consolamos pensando que la legendaria Laguna de Lobos recuperaría algo de su caudal perdido por la sequía. Por lo general, los avatares climáticos me tienen sin cuidado, no suelo quejarme de ellos excepto cuando traer consigo pérdidas materiales o humanas, pero lo de ayer fue algo pocas veces visto. Sí, obviamente en otros años ha habido tornados y fenómenos de mayor intensidad, pero el frío y la morbosidad de los noticieros fueron un cóctel que me sacó de quicio. Por supuesto, ante este tipo de situaciones uno toma conciencia de que tiene un hogar con calefacción, cuando hay personas que sobreviven con cuatro chapas y un brasero. Está claro que nos cuesta ponernos en el lugar del otro, pero no porque no seamos solidarios, sino porque estamos demasiado concentrados en lo que nos pasa a nosotros. Lo que acabo de exponer no está ni bien ni mal, simplemente es así. Hoy la mañana me recibió con un cielo despejado, aunque bastaba abrir una rendija de la puerta para que se colara el viento helado. La cuestión es que anoche me fui temprano a la cama con una bolsa de agua caliente, pero no me dormí de inmediato, me quedé boludeando con algunos libros apilados en mi dormitorio y tratando que mi cuerpo recupere la temperatura perdida. Pequeñas delicias de un día en Alaska.

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