5 de septiembre de 2020

Monólogo del sábado por la tarde

Sábado por la tarde en la ciudad. Estos últimos días, he notado que puedo organizar y ordenar mejor mis tiempos. Resulta paradójico, pero cuanto más tiempo libre tenés, más difícil es encontrarle un momento a cada cosa. O agarrás un libro, o prendés la tele, o escuchás la radio...todo no se puede hacer simultáneamente. Recuerdo que, cuando estudiaba, necesitaba un silencio absoluto, no podía concentrarme con la radio encendida y menos aún con la televisión. Actualmente, si me dispongo a escuchar un disco, por lo general no atiendo ningún mensaje del celular a menos que sea urgente. En rigor de verdad, sí podría hacerlo, pero dedico mi atención a una sola cosa por vez. Pero quizás, lo que exige mayor grado de concentración es la lectura, más allá del tipo de texto que sea, si es objeto de estudio o de simple placer literario. Si el autor tiene el talento y la capacidad para atraparte con su relato, vas a lograr leer el libro de principio a fin. Cuando hay algunos baches, sobre todo en la narrativa, empezás a saltear páginas porque hay descripciones excesivas y superfluas, o diálogos intrascendentes. Hay escritores que tienen ese don de crear un cuento utilizando las palabras precisas, como si fueran cirujanos que cortan la piel con un bisurí en el lugar preciso. Las mismas palabras que hubieras usado vos, son las que identifican con lo que el tipo está diciendo (desde tu rol pasivo de lector). El verdadero escritor sabe cómo conmover a quien lo lea, cómo ganarse su complicidad y confianza hasta que promediando el final, aparece esa inesperada "vuelta de tuerca". Como en todas las artes, existen autores sobrevalorados que gozan de la consideración pública por el marketing que tienen. Hay gente que no entiende a Borges y se siente mal, cuando hay otros escritores que ignoran en ese afán por incursionar en los laberintos del eterno candidato al Nobel. Pero como la mayoría de mis amigos sabe, me gusta más Cortázar. 

En fin, dicho esto, realmente estoy muy preocupado por la cantidad de casos de COVID en Lobos: ayer hubo 28, hoy se registró casi la misma cifra sumado a ello un fallecido, y al parecer desde el Municipio nadie tiene la intención de dar marcha atrás con habilitaciones y permisos, como ya lo hizo Roque Pérez. Pero también pude leer, en una nota de otro medio, que el 80 % de los contagios se produce por reuniones sociales. Cuando comience la primavera y los días cálidos y soleados se presten para ir a la plaza o al parque a dar un paseo, tendremos un serio problema, ya que en anteriores ocasiones era un "vale todo". A todos nos gusta ir a tomar mate al Parque, pero hay dos inconvenientes: en primer lugar, no se puede (o no se debería) compartir esta noble infusión. Y en segundo lugar, desde el momento que te sacás el barbijo ya te estás quitando la principal protección que tenemos hasta ahora, junto con el lavado de manos y todo lo que ya se sabe. En este afán de abrir compulsivamente la economía lobense porque "la gente necesita trabajar", el Municipio está cometiendo un error mayúsculo, que se cobra vidas y que está a punto de hacer colapsar el sistema de salud. Por supuesto yo también necesito trabajar y de hecho lo hago, pero prefiero resignar ciertas libertades y poder vivir para contarlo. Ya comenté en otra nota que la ganancia que yo tenía por mi laburo se desplomó casi un 50 %, pero mientras pueda continuar, lo voy a hacer. Será cuestión de recortar gastos: no será la primera ni la última vez que me veo obligado a hacerlo. 


Todos abrigamos, aunque no nos guste reconocerlo, el deseo de trascender, y es una de las grandes fuerzas movilizadoras de la historia de la humanidad. Si no hubiera la aspiración de dejar algo antes de abandonar este mundo, el hombre no se embarcaría en desafiar a la naturaleza, en luchar contra lo establecido para construir nuevos paradigmas.

Mi principal lucha es vencer mis propias limitaciones y permanecer al margen de la mediocridad. Poco me importa cómo me recuerden en el futuro, si yo ya no estaré aquí. Quizás no me gustaría ser recordado como un mal tipo, porque no lo soy, nada más. Pero todo lo que quieran hablar o decir sobre mi persona, queda en un segundo plano. No persigo metas grandilocuentes, soy uno más del montón que trata de cumplir con sus obligaciones laborales y familiares lo mejor posible. Por supuesto, siempre es grato que alguien nos elogie o nos felicite por algo, es una pequeña caricia en pos de un objetivo que depara varias dificultades: ni más ni menos que crecer y reinventarse en todo sentido, siguiendo el pulso de la sociedad pero sin ser esclavos de rebaño. Punto final.

Las preguntas obvias también merecen ser respondidas

Con el paso del tiempo, vamos cambiando. Eso no es novedad, lo novedoso es cómo interpretamos ese proceso. El destino nos lleva a enfrentarn...