Transcurrió la Nochebuena con tranquilidad en mi casa, sin demasiada euforia, simplemente nos sentamos a la mesa a comer, tratando de dejar las diferencias de lado y de pasar un momento agradable. Y el 25 la ciudad se volvió un desierto, entre aquellos que tomaron de más y los que se fueron a dormir tarde (o ambas cosas). Me rompió las bolas la pirotecnia, como todos los años, pero me dio la impresión de que fue menor a otras Navidades.
En realidad, como no soy muy creyente, consideré a esa fecha como una oportunidad para cenar y compartir una celebración que desde hace tiempo se desvirtuó. Hace poco, leí una nota en La Nación, de un grupo de porteños que decidió festejar el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving), típica de los yanquis, y es entonces cuando uno se preguntá adónde vamos a parar. Un grupo de pelotudos que creen que es "cool" cocinar un pavo recreando la escena que vimos en innumerables películas del país del Norte, y tal vez no merezca la pena rasgarse las vestiduras por eso, sino reflexionar acerca de cómo fueron cambiando los festejos en nuestra infancia, o la de nuestros padres, hasta la actualidad.
Alguien podrá decirme que no soy quién para juzgar, y es cierto. Pero no se trata de eso, sino de la gansada de que los shoppings en Buenos Aires estén abiertos hasta última hora el 24 por la noche, por si alguno olvidó comprar su "regalo". Siempre es gratificante recibir un regalo o un obsequio, pero entre los celulares, los videos que se viralizan, y todos estos cambios que nos están volviendo cada vez más esclavos de un aparatito, es para pensarlo. Un aparato que originariamente fue concebido para enviar y recibir llamadas, y que hoy es el objeto de deseo de muchos, porque Samsung, Apple, o cualquier empresa del mercado le agregó a su línea de teléfonos móviles una boludez nueva.
¿Se acuerdan de los recitales de rock, en los que la gente disfrutaba del show y acompañaba el espectáculo con encendedores? Eso no existe más. Lo he visto en varios DVD de shows de grandes artistas. La gente está embobada sacando fotitos, como diciendo "estuve ahí", y se pierde la experiencia de un riff de guitarra, un solo de batería, y todo lo que hace especial un concierto en vivo. Por supuesto, yo también saco fotos con mi teléfono, no lo voy a negar. Pero me gusta fotografiar paisajes, la puesta del sol, captar el momento justo. O retratar a mis amigos y familia. A veces lo consigo, otras no. Y claro, uno tiene su cuota de vanidad como todo el mundo, por eso si voy a un lugar nuevo o que no frecuento hace tiempo, me saco una foto a modo de recuerdo. Pero no mucho más que eso.
Me fastidia estar conversando con alguien, después de mucho tiempo, y que en lugar de ponernos al tanto de nuestra vidas, se genere una situación en la cual el celular no para de sonar con los "mensajitos". Flaco, es una hora de tu tiempo, estamos tomando algo en un bar, ponelo en silencio, no arruines el momento. Bueno, por hoy no me quejo más. Punto final.
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