La divisa norteamericana siempre ha sido refugio para ahorristas y especuladores. Pero son estos últimos quienes, por la ley de oferta y demanda, hicieron temblar las pizarras de la City Porteña y aumentar el valor del billete hasta límites exorbitantes. La política económica del Gobierno es errática y contradictoria: para decirlo claramente, no saben qué hacer. Habían asegurado que iban a dejar "flotar" el valor del dólar, como su fuera una hoja en el viento, pero se dieron cuenta de que tenían que recurrir a la vieja receta de intervenir, vendiendo dólares, para calmar a las fieras. Como esto tampoco dio resultado en el corto plazo, optaron por subir las tasas de interés, para que fuera más atractivo tener un depósito a plazo fijo, por ejemplo.
Lo cierto es que si el dólar sigue subiendo, se encarecen los miles de insumos importados que adquiere la Argentina, todo lo que sea electrodomésticos, y ni hablar de agroquímicos y otros productos necesarios para el campo. Estamos en el horno, como dirían los chicos. "Estamos condenados al éxito", dijo Duhalde alguna vez. Lo curioso es que esta "condena" nos persigue desde hace años, y este Gobierno no da respuestas, no sabe para dónde correr ante la corrida del dólar. Es como perseguir a un delincuente que se mete en un aguantadero. Todos los gobiernos han tenido sus dos o tres años de bonanza económica, excepto éste. Desde que comenzó la era macrista, entre el aumento de las tarifas y la incapacidad de calcular los tiempos del común de la sociedad, se ha generado un cuello de botella que ellos mismos propiciaron, y ahora no se puede salir porque estamos todos metidos en el baile al cual no pedimos invitación. Nos metieron a todos: pobres, clase media, clase alta (que tan mal no le está yendo), y Macri sigue ilusionándose con ser reelecto en 2019. No es que sea Macri o sea Juan Pérez, el problema es que si se aplicar las mismas recetas harto conocidas, nos espera un colapso.No es posible que el Banco Central venda $ 4.000 millones de sus reservas para estabilizar al dólar. Lo cual, insisto, no dio el efecto esperado, y los resultados están a la vista.
Los argentinos estamos tan curtidos de todas las crisis económicas que hemos atravesado, que ya nada nos sorprende. Pero alguien, con una mínima dosis de razón, debería darse cuenta de que esto -sin sonar apocalíptico- puede terminar en un estallido social, con consecuencias imprevisibles. No digo un 2001, porque el contexto era otro, pero sí un descontento tal que acabe con los sueños presidenciales que acceder a un nuevo mandato. Punto final.
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