Los recuerdos de la infancia son los mejores. No digo que toda la etapa de la Secundaria carezca de momentos buenos, pero eso es otra historia, varía según cada persona. No voy a caer en la nostalgia, de manera que pueden seguir leyendo esta nota con tranquilidad. Ser alumno de una escuela primaria, a mediados de los ’80, era muy diferente a lo que vino después, es decir, los ’90. Hablo de la sociedad, de las costumbres, de la Argentina. Fui a una escuela privada, sin embargo en el aula éramos todos iguales, me refiero a que seguramente había chicos cuyas familias tenían más guita, pero eso no se notaba, quizás porque no había ostentación ni desmesura.
Ya cuando
uno es adolescente eso cambia, porque hay uno que sale al boliche con ropa de
determinada marca, para tirar facha o no sé qué, y otro no puede hacerlo. Un pibe lleva puestas las
zapatillas con toda la onda, tiene los “compacts” que todos queremos escuchar (años 90),
y otro no puede acceder a nada de eso. Uno se destaca en las clases de
Educación Física, y el grupito que no lo consigue es relegado, inclusive, por
el propio profesor. Bueno, es entonces cuando te das cuenta en qué casos cuál es el sentido verdadero de la inclusión, que está a años luz de lo que se declama públicamente. Que vos no sepas jugar bien al fútbol, no
significa que no te puedas destacar en atletismo, o en cualquier otro deporte
aunque no sea el más popular o convocante.
Yo no sé si lo que estoy describiendo sigue pasando, pero en síntesis es así: Le joden la vida a un pibe por el sólo hecho de marginarlo, porque esos "docentes" tienen una mirada tan obtusa que no pueden contemplar siquiera lo que representa que todos tenemos capacidades, habilidades, destrezas. Y por ende, ser competitivos en algún aspecto.
En mi familia, ni a mi hermano ni a mí NO nos
trajo un problema ir a la escuela. Me refiero que había que ir, y punto. Si me
pongo a pensar ahora qué aprendí o qué no, es harina de otro costal. Cualquier
chico aprende a hacer las cuentas: Sumar, restar, dividir, y multiplicar. Pero
muy difícilmente lo siga ejercitando de adulto, porque usa una calculadora y
listo (yo también lo hago). En el párrafo que sigue vas a entender por qué digo esto.
Entonces, cuando entra en juego toda esta cuestión de los celulares y qué se yo, antes de rasgarse las vestiduras, habría que pensar cómo empezó todo. En sus orígenes, había buscadores y navegadores de Internet eran bastante rudimentarios, tal es así que ya no existen (Netscape, Internet Explorer, Altavista). Pero sea como fuere, en ellos vos tenías que ingresar lo que querías buscar, con determinada precisión. Luego Google rompió todos los esquemas, porque habilitó funciones como autocompletado o dictado de voz (había un botón muy popular que decía “voy a tener suerte” y te mostraba el resultado más visto), y todo eso fue fomentando la haraganería. A su vez, el teclado de un celular promedio, es predictivo. Va tratando de adivinar lo que vos querés escribir en un WhatsApp porque memoriza las palabras que vas escribiendo. Todo ello hace que sea más fácil completar la frase de un mensaje.
La gente se impacienta y busca contratar el plan que asegure la
conexión más rápida, pero si tu computadora es muy pedorra o muy vieja, dudo que tengas el
resultado que esperás. Si el celular lo domina todo, es porque fue sumando
funciones que antes estaban en dispositivos separados: Radio, la ya mencionada
calculadora, linterna, hora y alarma, pronóstico del tiempo, cámaras de fotos cada vez más sofisticadas… Incluso,
como los fabricantes o desarrolladores detectaron que la gente se fotografía a sí misma, incorporaron
una cámara frontal (o selfie).
Las redes sociales darían lugar para un capítulo aparte, porque saben todo de vos: Tus preferencias, cuáles publicaciones te gustan y cuáles no, tu número de celular, contraseñas, fechas de nacimiento, en fin… la lista es tan amplia que puede haber información sensible que yo mismo desconozco y que está ahí, en algún lugar. Con los algoritmos a pleno, por supuesto. Ya nadie se sorprende de que entres a una determinada página, y luego al ingresar a tu cuenta de Instagram o FB, te aparezca una publicidad relacionada con eso. El problema es que naturalizar ese fenómeno, y aceptarlo como parte de esas políticas de privacidad o “términos y condiciones” que nadie lee, nos conduce a estar todo el tiempo mirando boludeces. La vida real es otra cosa.
Sí, no voy a negar que hay tutoriales buenísimos, que el celular puede ser útil para conocer
cómo cocinar algo que te guste, para ver un documental, o recordar en qué año se filmó una película, pero
a un nivel superior no te va a enseñar nada. También es verdad que podés aprender algo
leyendo Wikipedia, pero como siempre hay artículos en disputa en torno a su
posible neutralidad, puede servir a modo de divulgación (recomiendo leerla en
inglés porque se citan más fuentes y ello la hace más confiable). A nivel
académico, nadie utilizaría Wikipedia para investigar o para escribir una
tesis. Pero antes de irme completamente de tema, llama la atención cómo se
justifican que vos concedas ciertos permisos: dice algo así como “para mejorar
tu experiencia, Google (o el servicio que sea) recopila tu información personal
y de tu historial de navegación”. Estoy exagerando en un punto, pero básicamente en todos lados es así. Lo mismo con los cookies.
Pues bien: Eso no mejora en nada la experiencia personal para usar un teléfono, sino que enriquece las bases de datos de terceros. Hace 15 o más años, se vendían millones de mails en un archivo de Excel con total impunidad, y quien compraba eso, se aseguraba que te iba a mandar cualquier correo electrónico en carácter de Spam casi hasta la eternidad. Hoy, en cambio, ya ni se toman el trabajo de hacer eso, van indagando en tus preferencias personales y en función a ello construyen tu perfil como potencial consumidor de cualquier basura. Y algo más: Así como arranqué diciendo que antes te otorgaba cierto status tener unas zapatillas Nike o Reebok, eso también cambió. Hoy podés andar en patas, pero si tenés un Iphone sos un rey (en líneas generales, no se trata de ofender a todos quienes lo posean).
Ahora, si vos me preguntás cuál es la solución ante todo lo que acabo de exponer, te diría: Usar el celular lo mínimo posible, ante una necesidad concreta de responder un mensaje, o de efectuar una llamada.
En la vida fuera de la pantallita, si te ponés a pensar, pocas cosas requieren urgencia (asistir a un familiar enfermo, realizar trámites y pagar cuentas,comprar comida). No puedo asegurar que esa autolimitación traiga
mayor efectividad, pero en última instancia, podríamos tomarlo como un buen paliatiavo. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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