Domingo por la
mañana en la ciudad. Mientras me cebo unos mates, trato de aprovechar este
momento del día para dedicarme a todo lo que no pude hacer el resto de la
semana, y también para despegarme transitoriamente de la “rosca”. Para
escribir, aunque sea cualquier tontería, prefiero el silencio. Para leer, lo
mismo. Es indistinto si vamos al caso, porque necesito un grado de concentración en lo que estoy haciendo.
Si vas a dirigirte a una persona para plantearle un reclamo o una queja, es necesario que tengas argumentos sólidos. Hay gente que es muy hábil para desviar el tema, para no responder abiertamente lo que vos le estás recriminando. El arte de negar todo, de mentirte en la cara, es inaceptable. Pero pasa todo el tiempo, en las oficinas públicas, en los comerciantes que quieren venderte cualquier porquería... No hace falta abundar en detalles.
Cuando algo
afecta mis intereses, como les puede suceder a cualquiera de ustedes, mi primer
recurso es ser componedor, evitar ir al choque. Pero si no queda otra opción, voy al hueso: Tengo que confrontar
a quien me está perjudicando. Yo defiendo lo mío. Claro que, ya a esta altura,
no me cagaría a trompadas con nadie, eso está totalmente descartado. Incluso
siendo más joven nunca me caractericé por irme al mazo. Digamos que no es la mejor
solución: Pueden denunciarte y termina siendo un problema más. Llegado el caso, también podrías denunciar vos al otro, pero litigar es muy tedioso
En resumen: Aunque que ninguna de las dos partes accione legalmente, el problema seguirá estando ahí, sin resolverse. Y eso es volver a foja cero.
No obstante,
siempre pienso en aquella frase de El Quijote: “Ladran, Sancho”. Si la gente
habla de vos, puede ser por varios motivos, pero uno de ellos es que mencionan
o destacan tu trabajo, las cosas que hacés, o la creatividad que le ponés. Y por otra
parte, los comentarios desfavorables surgen de la envidia o del
desconocimiento.
Voy a explicar
brevemente este punto. Me ha pasado de escuchar a gente amiga, hablar mal de un
tercero. A veces me hago el gil, pero cuando ya estoy un poco podrido, le digo:
“¿Pero qué te hizo Fulano, qué tenés en contra de él?”. Conclusión: No saben
qué responder. Queda en evidencia que ese tipo que constituye el centro de la
conversación no los perjudicó para nada. Esa malicia desplegada entre cada
sorbo de café pasa por otro lado, e incluye atribuirse méritos que no son tales
para restárselos al hipotético “enemigo”. Por ejemplo, afirmar que Fulano
aprendió todo lo que sabe gracias a él, y que es un desagradecido, un ingrato,
que no tiene capacidad para crear un estilo propio. O “no sabe escribir, ni
siquiera puede redactar una necrológica”. ¡Loco, qué te importa a vos, si es
así que haga su vida! En fin, la lista de pelotudeces que se dicen es bastante
extensa y me demandaría varias notas. Pero tranquilos, no lo haré, porque creo
que se entiende lo que pretendo expresar.
Todo lo que hago
a nivel laboral, tiene como premisa el profesionalismo. Puede que el resultado
no sea el que yo pretendo, pero no pierdo de vista el objetivo. Así funciona.
La gente no tiene la culpa de tus problemas, frustraciones o fracasos. Todo eso
se elabora o se procesa otros ámbitos.
Ya sé, dicho así para muy fácil, y probablemente no lo sea, pero es lo
único que se me ocurre decir en este momento.
Alguien me podrá
ver tomando un café a las 10 de la mañana y decir: “Mirá este, es un vago”. Me
ch.. un h…!!! Porque cuando vos dormís, yo trabajo, y viceversa. Porque cuando
yo escribo un texto y lo corrijo 10 veces, vos no podés ni hacer la “o” con un
vaso. No jodamos. Si yo te pidiera plata para tomar ese café, sería distinto.
Pero como no lo hago, no tenés derecho a juzgarme, ni a mí ni a los otros que
están en ese bar a la misma hora. Cuando estoy ahí, me quedo unos 30 minutos y sigo viaje. Hay algunas excepciones, pero ya mencioné
en otras notas, y tienen que ver con aquellos que viven de la especulación o de la
timba financiera. Están todo el día, son un mueble más.
Otra cosa: Se
sigue diciendo erróneamente que los periodistas somos "formadores de
opinión", como si la opinión pública fuera un trozo de plastilina que puede
moldearse a su antojo. Ese modo de pensar no hace más que subestimar a los
lectores o televidentes, creyendo que no tienen la capacidad de formarse un
pensamiento propio, más
allá de lo que uno diga o publique. Ellos tiene ideas y creencias preexistentes, y todo ello tiene un peso al momento de fijarse una postura.
Para concluir, a
veces me preguntan si este blog se dedica a una temática en particular, o si tiene un estilo definido. Bueno, la verdad es que no.
Cuando empecé a
escribirlo, no tenía un perfil crítico, los posteos estaba más relacionados con
cosas que me provocaban curiosidad, con el hecho de observar las tendencias, cambios, o fenómenos sociales, modestamente hablando. Es como mirarse el
ombligo, porque es obvio que la carga subjetiva que puede caber en un análisis
de ese tipo siempre está.
Pero, volviendo al tema, creo que la persona que lee asiduamente un blog cualquiera (no sólo éste), ya sabe con qué se va a encontrar. En lo que a mí respecta, puede suceder que publique de buenas a primeras sobre un tema que me incentiva a escribir, y que quede medio descolgado. Esos virajes tienen que ver en que no quiero sentirme atado a escribir comentarios ácidos o irónicos todo el tiempo, como los que abundan en los memes o en Tik Tok. Te vas repitiendo sin darte cuenta, pero aun así, vos no sos el mismo. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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