Miércoles por la tarde en la ciudad. Hasta el momento ha sido un día tranquilo, pero provechoso: Grabé un nuevo programa para la tele, preparé algunas notas escritas para el diario web, y reanudé lo que sería una jornada común y corriente para mí.
En cuanto al invitado televisivo, es un vecino que ya había participado en una temporada anterior, y sinceramente no nos quedaban muchos temas por hablar. En esos casos prefiero que sea un ciclo más breve antes que remar en el dulce de leche. Por ese motivo, el espacio duró casi media hora. Me limité a crear un clima apropiado para que se sintiera cómodo en el estudio, e ir preguntando. No soy de quedarme callado, pero si a un invitado en particular le cuesta expresarse, es mejor “ayudarlo” sin llegar a interrumpirlo del todo. Es decir, lo vas guiando para que pueda desarrollar la idea que intenta exponer.
Hablar en público no es para cualquiera, a mí la
tele ya no me inhibe tanto porque yo no veo a mi audiencia, no están los 6.000
o 7.000 abonados de cable sentados en una platea. En cambio, si por alguna
circunstancia tengo que hablar ante un grupo de gente conocida, inevitablemente
me pongo nervioso. Pero aun así, elijo bancármela y no acostumbrarme tomar un
ansiolítico, aunque sea recetado. Una vez lo hice pensando que me daría más
tranquilidad, pero me restó lucidez. Tuve que dirigirme al público con la
cabeza embotada y casi me enredo solo, ni yo escuchaba lo que estaba diciendo.
Un Rivotril no te va a cambiar la vida ni para bien ni para mal, pero por ese
motivo es aconsejable evitarlo. Ese tipo de medicación antes me daba sueño, de
hecho mucha gente la usa para dormirse enseguida por las noches. A mí me quitan
un poco de ansiedad, nada más, y debés tener en cuenta que si tomás una
determinada medicación por un período prolongado, el efecto inicial va
disminuyendo.
Para el finde,
seguramente me tocará cubrir una agenda periodística bastante intensa, y
siempre habrá cosas no sean de mi interés.
Sin embargo, a esta altura de mi vida no tiene sentido renegar por eso,
en toda profesión se dan ese tipo de situaciones. Lo peor es que una
determinada institución supone que lo que ellos organizan es lo único que hay
disponible para hacer, y entonces se toman todo el tiempo del mundo para
comenzar. Piden puntualidad, cuando ellos mismos no son capaces de cumplirla. Eso
es lo que me provoca más fastidio. Ahí sí que mi paciencia y mi tolerancia se
ponen a prueba, porque no me gusta que me hagan perder el tiempo; en el peor de
los casos quiero ser yo quien decida en qué lugar hacerlo.
Cuando cubrís un
acto protocolar o conmemorativo, vas a encontrarte con que otra persona más
influyente también quiere huir lo más rápido posible, de manera que si se da
tal coyuntura se ponen las pilas porque ni los propios dirigentes demuestran
algo de fervor patriótico para hacerle justicia a una fecha alusiva.
Por supuesto,
esta profesión también depara satisfacciones. Que la gente te reconozca, te
aprecie, y te salude, es algo que nos hace ver que la tarea diaria no ha sido
en vano. Es fácil detectar a los aduladores y a los de doble moral, fue algo
que aprendí con el tiempo. Es por ello que expreso mi genuina gratitud con
todas las personas que reconocen y valoran el trabajo del periodista. Punto
final.
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