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8 de marzo de 2009
Domingo, 5 PM - Fútbol
El fútbol no me interesa demasiado, y creo que es una desventaja. Si te gusta el fútbol y más o menos vas siguiendo el torneo podés entablar una conversación cualquiera con un desconocido y socializar, evaluando el desempeño de tal o cual jugador. Soy hincha de Boca, y curiosamente cuando era chico elegí el club por los colores de la camiseta, muy distintos al de otros clubes de Primera. Uno de los motivos que me desalienta al momento de presenciar un partido es que los mejores jugadores están en el exterior. Tan pronto como empiezan a destacarse, son transferidos a Europa, donde adoptan los usos y costumbres que son propios del Viejo Continente y al cabo de 10 años (por decir mucho) ya son millonarios. A pesar de ello, y sin ser un entendido, supongo que lo mismo debe suceder con el fútbol brasileño, cuyas estrellas pertenecen en su mayoría a clubes de España e Italia. Detesto la gente que vive pendiente del resultado de un partido, o bien que dicen cosas insólitas tales como "prefiero que se muera mi viejo pero que Racing salga campeón". ¿Son imbéciles o se hacen? El fanatismo, en sí, enferma. Y genera violencia hacia todo aquel que no lo comparta. Por supuesto, si juega la Selección ante un equipo de jerarquía (de igual nivel o superior) es probable que vea el partido, y hasta me resulte ameno hacerlo. Pero creo que detrás de ese fanatismo, de esa estupidez, de la profunda intolerancia hacia el rival, de las posturas extremistas, se esconde lo que realmente somos como sociedad. Lo peor de nosotros (la irracionalidad) se ve reflejado en un estadio de fútbol, en gente que canaliza en un gol de su equipo la frustración colectiva. Y los medios, los canales de deportes, contribuyen a exacerbar esta locura, que no parece tener fin en un corto plazo a menos que el señor Grondona y todos los mafiosos de la AFA salgan eyectados de sus respectivas oficinas y entre en su lugar gente idónea y con moral.
(Esta nota fue redactada en marzo de 2009)
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