Domingo por la mañana en la ciudad. Tenemos que empezar a crecer como argentinos. Dejar de ser
tan exitistas y tan derrotistas, casi en un instante. Pasamos de la euforia al
llanto, como si fuera un trastorno bipolar colectivo, que se contagia y anida
en cada uno de nosotros. Los científicos que aportaron al conocimiento y al
progreso son olvidados, probablemente nunca conozcamos sus nombres y a nadie
les importe saberlo. Pero sí recordamos quién hizo el gol en un determinado
Mundial de Fútbol. Es triste pensar en un país que no se da la oportunidad de
ser feliz. Porque en definitiva, lo que está sucediendo ahora, no es nada que
no hayamos vivido antes. Inflación, recesión, el omnipresente dólar que nos
obsesiona, no es nada nuevo. ¿Por qué no nos sentamos a tomar unos mates y
dejamos de lado la pantalla del celular y el boludeo constante? Es muy positivo
estar comunicados con nuestros afectos, sobre todo si viven lejos, pero a
menudo descuidamos a nuestros seres queridos más cercanos. La tecnología
avanza, y no le podemos echar la culpa a ella, sino al uso (o abuso) que
hacemos de los nuevos descubrimientos que van surgiendo. Tener un celular con
todos los chiches no te hace más inteligente. Lo que te hace más inteligente,
es ser estable emocionalmente, darte un tiempo para cada cosa, y también darle
a cada situación que te pasa la importancia que se merece. En síntesis: evitar
dramatizar. Por ejemplo, Macri no es el ángel ni el demonio. Es el Presidente
de la Nación, y punto. Tiene cuatro años para demostrar su capacidad que
conducir los destinos de un país. Y no podemos pasarnos todo ese tiempo
haciendo el rol de Ministros de Economía: son los funcionarios quienes toman
medidas, asesoran al mandatario, proponen leyes o decretos. Porque así es la
democracia, es representativa. Los representantes del pueblo gobiernan en
nombre de éste.
Es cierto que lo que está pasando dista mucho de ser lo que nos
gustaría ver, pero por una vez en la vida, quiero confiar en un futuro mejor
para mí y para mis hijos (cuando lleguen a este mundo). Tenemos una mirada
selectiva de la realidad, es como si con una tijera la recortáramos según
nuestra conveniencia. Y la realidad es lo que se ve, tan simple como eso, es el
pulso de la calle, de los trabajadores, no es tan difícil de entender. Mientras
muchos se pasan la vida quejándose por lo mal que le va a la Argentina, hay
gente que labura y que hace su aporte para que tengamos un país mejor. Cada uno
desde su lugar, como corresponde. Punto final.