26 de junio de 2016

La lucha entre el débil y el fuerte

Se hace difícil pensar en el futuro, en un país donde reina la incertidumbre. Cada día aparecen noticias que nos sacuden en nuestro fuero interior, y nos hacen sentir que fuimos estafados en nuestra buena fe de ciudadanos. El robo de los recursos del Estado se ha convertido en una práctica habitual de los funcionarios, que crean empresas fantasma, llevan dinero sucio a paraísos fiscales, y de esta manera se enriquecen con la plata de todos nosotros. Por otra parte, mientras redacto estas líneas, estamos a minutos de que juegue la Selección, la final de la Copa América. Y es verdad que necesitamos desahogarnos, después de tantas frustraciones, de tanta bronca contenida. Un partido frente a Chile se siente, aunque no lo sea, como una final. Porque el chileno es un plantel aguerrido, porque tenemos una historia de odios y desencuentros con el país vecino, y necesitamos de 11 tipos que nos representan en la cancha nos den una alegría, un motivo para festejar. 

El fútbol tiene, entre otras cosas, lo maravilloso de lo imprevisible, siempre que se dispute con árbitros imparciales y que no haya plata debajo de la mesa para forzar un resultado. Tengo recuerdos del mítico Mundial del '86, muy difusos por cierto, porque era muy chico. Pero el júbilo en las calles, el esplendor de Maradona en aquellos años, son imágenes que no se borran. Y que se repiten hasta el cansancio en los documentales y en los videos, precisamente este año, que se cumple el 30º aniversario de aquella conquista que hoy nos resulta tan lejana, tan imposible de alcanzar. El desencanto de la gente con el fútbol se debe en buena medida a la corrupción que predomina en la FIFA y en la AFA, a la sensación de que los partidos están arreglados, a que los dirigentes se llenan los bolsillos sin que les importe un carajo el prestigio de los clubes a los que dicen representar. Todavía los argentinos seguimos discutiendo si Messi es "el mejor", como si no nos alcanzara que fuera talentoso y buen jugador. No, queremos que sea el mejor de todos, como si un sólo jugador pudiera correr y ponerse el equipo al hombro por la otra decena que no lo hace. Tenemos plantel, tenemos equipo de sobra para torcer la historia. Falta hambre de gloria, más allá de que hoy levantemos la Copa. Eso que algunos llaman "mística" y que yo lo veo más como el deseo de rendir al máximo cuando te ponés la camiseta. Por eso, más allá de que suceda dentro de unos minutos, la vida para mí sigue, y me voy a alegrar si la Selección da un buen espectáculo y se consagra campeón. Punto final.

"No me sueltes la mano", dijeron los senadores

Viernes por la tarde en la ciudad. Estoy tranquilo, pero también somnoliento, así que procuraré escribir lo que tengo en mente. Observo que ...