A pesar de que muchos no nos tomamos vacaciones por el trabajo que realizamos, el verano nos brinda la oportunidad de relajarnos un poco, en principio porque hay una merma en la actividad. Suceden menos cosas en el pueblo, o al menos, menos hechos de interés público. Es en esos baches que uno se distiende, aprovecha para reflexionar, para hacer una relectura de aquellos libros que habían quedado olvidados en un cajón. En mi casa siempre hay algún libro dando vueltas por ahí, ya sea propio o que tomé prestado de la Biblioteca. Es increíble cómo te podés entusiasmar con la lectura, metiéndote en el mundo o en el universo que propone el autor, sobre todo cuando es de noche, está la casa en silencio y encendés el velador de la mesa de luz para recorrer unas páginas antes de dormir. Me pasó con Mario Benedetti: estoy leyendo "Gracias por el fuego", del notable escritor uruguayo. Benedetti es más conocido por la poesía que por la narrativa, pero otra obra superlativa que también tiene que ver con este género es "La Tregua", que fue llevada al cine, y no te cansás de leerlo.
También es motivo de mi interés, en estos días de calor, una suerte de ensayo, o mejor dicho entrevistas que fueron publicadas en libro. Se trata de "De Vuelta", una esfuerzo singular de su autor, el médico Diego Bernardini, que precisamente hace referencia a la remanida frase "estar de vuelta". Son historias de personas conocidas en diferentes ámbitos de la cultura, que ya pasaron los 70 u 80 años de edad. Se aborda el tema de la vejez, de la muerte, de los asuntos pendientes, de lo que quedó por hacer en la vida. Es sumamente inspirador, dado que por primera vez veo que dedican un libro a compilar entrevistas de ancianos. Personas mayores, que no por el mero hecho de serlo han perdido la lucidez, el ingenio, una salida ocurrente en medio de las entrevistas, la emoción de vivir hasta el fin. Y es también curioso el modo en que cada uno de ellos se imagina la muerte, el "Más Allá" (si es que existe algo parecido), y qué actitud tienen ante lo inevitable del fin. Solemos pensar que las personas que gozan de consideración pública permanecen ajenas a las vicisitudes de la vida, a la crianza de los hijos, a la pérdida de los padres. No es así: el dolor, es para todos igual, y cada uno lo asimila como puede. Punto final.
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