Sábado por la noche en la ciudad. Luego de una mañana nublada, por la tarde comenzaron a divisarse tímidamente los rayos del sol, que nos prodigaron una jornada magnífica, digna de ser vivida y disfrutada. Dediqué un par de horas a la lectura, a escuchar música que hace tiempo tenía relegada en el arcón de los recuerdos. No vivo de la nostalgia, no me interesa escuchar bandas que me remiten a mi adolescencia, precisamente porque en esos años yo era otro, ya no siento gusto por las mismas cosas. Me voy desapegando de ese vicio tan argentino como es vivir de los recuerdos, en lugar de plantearse algún objetivo en el corto plazo. Pues bien, con la música, con los libros, con aquello que nos dio placer, sucede lo mismo. Si vamos envejeciendo, de algún modo también crecemos y evolucionamos, por lo tanto es natural que busquemos alcanzar lo que antes nos parecía complejo o inasible. Sin embargo, conozco gente que pasan los años y está siempre igual, en el peor de los sentidos. Una cosa es conservar rasgos de la juventud, y otra es pretender negar el paso del tiempo. Estamos en una época donde proliferan libros sobre liderazgo y espiritualidad. Si tuviéramos la vida resuelta leyendo esas páginas infames, viviríamos en el Edén. Hay todo un negocio detrás de esto, no hay que confundir la literatura con otros géneros como la autoayuda o lo que se conoce como "superación personal". Por lo general, este tipo de textos se apoyan en frases de motivación pero difíciles de implementar, haciéndole creer al lector que cualquiera puede ser un triunfador, y gozar del éxito y del reconocimiento de sus pares. Lamento decirles que la realidad no es así, tienen que darse una serie de condiciones para que eso ocurra, que exceden largamente lo que un gurú de las finanzas nos intente convencer de hacer.
A veces nos cuesta aceptar la edad que tenemos. O quizás, pensar involuntariamente en todo lo que hicimos o dejamos de hacer durante los años anteriores. Podemos arrepentirnos, pero no clavarnos puñales todo el tiempo por aquello que no nos salió bien. Yo emprendí muchos proyectos que quedaron inconclusos, sin embargo no es motivo de amargura para mí. Fue una etapa, por algo no se dio, quizás uno lleva sobre sus espaldas toda la responsabilidad de cuando algo no sale de un modo óptimo. Por eso, creo que la aceptación de uno mismo no implica renunciar al cambio. Somos lo que vemos y lo que sentimos, y si hay que dar un golpe de timón, habrá que hacerle frente y tomar la decisión. En todo caso, lo mejor es que ese viraje en el camino sea proyectado por nosotros, y no obligados por las circunstancias. Punto final.
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