13 de octubre de 2020

A subirse al bote salvavidas antes del naufragio

Comenzó la semana y reanudamos "oficialmente" la actividad, un ejercicio que es valioso más allá de la retribución económica. Todos necesitamos trabajar y necesitamos de una rutina, de lo contrario andaríamos todo el día como bola sin manija, sin tener bien en claro qué es lo que queremos hacer. Durante el verano, en mi rubro, se registra una merma de clientes dispuestos a hacer publicidad, algo que uno va previendo en la medida de lo posible. Lo que ha pasado este año, es que las bajas se fueron dando antes a causa de la pandemia, por lo cual todo me hace pensar que el tramo final de 2020 será duro de sobrellevar. No es bueno anticiparse a los hechos, pero teniendo las cartas sobre la mesa podés planificar mejor. No será la primera ni la última vez que me he tenido que ajustar el bolsillo, conforme a los avatares que son propios de la Argentina. Tampoco están dadas las condiciones para irse de vacaciones a ningún lado: viajar en un medio de transporte público es demasiado engorroso y para ir a un lugar donde todos los comercios y atractivos turísticos cerrados, no le encuentro demasiado sentido. Hay que arreglarse con lo que cada uno tiene, que quizás sea una manera de volver a las fuentes. Lo más importante es que no nos quede esa sensación de tiempo desperdiciado, o tiempo perdido.

 Con el diario del lunes, es fácil pensar que podrías haber hecho mejor tal o cual cosa, pero muchas veces las decisiones se toman en base a la coyuntura de ese momento, porque no pueden esperar. Estuve leyendo en varios portales de Internet, que hay una tendencia a comprar bienes durables o semidurables, como motos o bicicletas, para hacer algo con los pesos que cada vez valen menos. Eso, claro está, si tenés un excedente que te permita hacerlo. Los hábitos de consumo están cambiando y se van reacomodando, no es posible comparar esta crisis a la de 2001 o de 2002, ya que tuvieron distintas causas. Sí podemos tomar los números de pobreza,  desocupación, y caída del PBI, pero a esta altura de poco importa. Estoy en desacuerdo con el modo en que el Gobierno manejó la crisis sanitaria, pero probablemente si hubieran estado en el poder otros funcionarios, también nos estaríamos quejando. Como somos un país subdesarrollado, la recuperación demandará más tiempo. Todo sabemos que hay comercios e industrias que ya bajaron la persiana para siempre porque no pudieron resistir más de 200 días sin actividad o trabajando a media máquina: por ende, más gente sin laburo. 

El que siempre tuvo plata no va a sentir demasiado todo este vendaval, porque la guita la invertirá en los bancos, o comprando dólares, no lo sé. Los que vivimos el día a día nos encontramos ante un escenario diferente. Pronto la clase media dejará de existir, tengo esa impresión. Habrá pobres, ricos, y gente con un poco más de plata que los denominados "pobres", pero sin llegar a ser considerados como clase media. 

"Sentir" la Argentina, significa que te duele o te afecta lo que pasa en el país, (aunque más de una vez putees y digas que te querés ir), que sufrís cuando ves que la gente se desespera por llevarse la última botella de aceite de un supermercado, o cuando un grupo de indigentes carnea una vaca en el medio de la ruta, eso es ser realmente un argentino. Porque nuestro ADN está hecho de contradicciones y de enfrentamientos que a la vista está que no condujeron a ningún lado. Pero yo presiento que el origen de esta falsa dialéctica viene desde mucho antes, desde nuestra infancia. Quizá nuestro destino nunca fue la grandeza, como nos quisieron hacer creer en la escuela desde que tuvimos uso de razón. Somos un país pobre del Tercer Mundo, uno más entre un centenar, por más que algunos se crean europeos porque sus abuelos vinieron a este país hace 60 años. Ya todo terminó, el país es otro, los años de opulencia y despilfarro (si es que los hubo) pasaron, y si no pudimos sacar provecho de los años de posguerra para consolidarnos como potencia mundial, mala suerte. La oportunidad la perdimos, y lo más saludable sería aceptar ese destino que refleja una alarmante disociación entre lo que quisimos ser (ilusión) y lo que somos (realidad). Punto final.





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