Los domingos suele invadirnos una sensación de melancolía. Es un día en el cual disponemos de más tiempo libre pero, paradójicamente, no sabemos qué hacer con él. Cuando salía a los boliches el sábado a la noche, el día posterior dormía hasta tarde y me recuperaba un poco. Pero hace bastante que no salgo a ningún local de diversión nocturna, incluso desde antes de la pandemia. Fui perdiendo interés por estar en un lugar escuchando música que no me gusta y teniendo que pagar demasiado para tomar algo en la barra. Si sumás el costo de la entrada, bebidas, remís o auto particular, entre otros etcéteras, con esa guita te comprás la carne para el asado del domingo.
Nosotros analizamos la realidad en función a múltiples variables, que no son para todos iguales. Y tratamos de pensar lo que más nos conviene hacer. Hay quienes ponen por encima el bienestar económico, otros priorizan los vínculos. Pienso que en este momento, los lazos de familia o de amistad son los que más valor tienen, porque nos sostienen ante una coyuntura inusitada.
Dediqué buena parte del fin de semana a ponerme al día con la lectura, tengo suficientes libros sin terminar como para pensar en comprar nuevos. Siempre sale alguna colección que venden en los kioscos con buenos títulos y a buen precio, creo que ya salieron dos de Stephen King, por ejemplo. Comencé a leer una novela de Claudia Piñeiro, una escritora que le gustaba mucho a mi hermano pero que yo no había frecuentado hasta ahora. Los findes "XL" no tienen mucha razón de ser en el contexto actual, ya que no hay posibilidad de hacer turismo alguno, ni plata suficiente. Lo que resta del año transcurrirá con la vorágine habitual de querer hacer todo "ya", esa ansiedad por quemar los últimos cartuchos y que el 2020 no sea definitivamente un año perdido. Tiene todos los méritos para serlo, puesto que la vida para muchos de nosotros se ha vuelto una mierda, con burocracia y trabas por doquier, para cualquier trámite que ya desde antes era engorroso. Por suerte no tengo deudas, si así fuera mi preocupación aumentaría notablemente.
Cada vez analizo con más convicción la idea de buscarme un laburo extra. Le di 20 años de mi vida al periodismo, y lo seguiré haciendo, pero quizás no como un trabajo excluyente. Soy mi propio jefe, no laburo en relación de dependencia, y esa es una ventaja que perdería de acceder a otro tipo de empleo. Pero bueno, si nos quedamos en la comodidad de lo que ya conseguimos, no hay incentivos ni entusiasmo, entrás en una chatura que te va limitando progresivamente casi sin que te des cuenta. Y acá no entra el juego ni el dólar, ni la especulación, eso dejalo para los otros. Vos pensá en lo que podés dar para sentirte mejor con las cartas que te tocaron en el mazo. A los 41 años, es lógico que mis aspiraciones no sean las mismas que a los 30. Me exprimo más, me exijo más, aunque los resultados no estén a la vista. Cuando tenía 30 trabajaba incansablemente también, pero no sólo cambié yo, sino el país y la situación a nivel global. Ya no querés ni necesitás las mismas cosas. Tu mente decodifica lo que pasa de un modo distinto. Te podés volver más racional o más loco, el tema es que puedas estar el sintonía con el pulso que marca la sociedad, para ser hijo del tiempo en que te tocó vivir.
Las generaciones que vengan después probablemente se enfrentarán a problemas que nosotros nunca tuvimos o ni siquiera conocimos. Pero cuidado, porque un día cualquiera te despertás y ves cómo 20 años te cayeron encima: te mirás al espejo del botiquín y el resultado puede ser desolador. Envejecer es todo un arte, que requiere sabiduría y no pretender hacer todo lo que no hiciste en su momento cuando eras más joven. Punto final.
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