Casi todos sabemos qué significa en el argot argentino "hacerse el boludo", o denominado eufemísticamente, "hacerse el distraído". Es, en resumen, evitar involucrarse en quilombos que no tienen nada que ver con uno en particular. Por ejemplo, si dos personas se ponen a discutir y vos estás presenciando eso, no intervenís. Si presenciaste un accidente de tránsito tampoco lo hacés, o tratás de rajar tan pronto como puedas, porque pensás que la Policía te citará como testigo y que vas a perder más tiempo de lo que duró el siniestro. En el primer caso que mencioné, yo no me metería en una discusión ajena, pero si la cosa se pone más álgida y dos o más sujetos empiezan a golpearse, intentaría separarlos, pese a que la pueda ligar yo también.
Lo que no nos damos cuenta, o pretendemos no hacerlo, es que los políticos nos boludean todo el tiempo. Es decir, se hacen los boludos con nosotros. Terminamos bebiendo de la misma medicina, y lo peor es que ellos tienen un poder de decisión infinitamente superior al nuestro. Por eso nos va como nos va. Por pensar que ellos son libres de transgredir los límites republicanos constantemente, y por dejarlos hacer. Y cuando eso ocurre (con más frecuencia de lo que suponemos), no podemos salir a cagar a trompadas al Presidente o al Ministro de turno. Simplemente los puteamos y esperamos que se vayan. Hasta que lleguen otros que también cosecharán amores y odios. Cuando lo que predomina es el descontento, es más factible que pierdan una elección, pero no cambiará demasiado si el que asumió es un cortesano del anterior.
Ahí sí que estamos en un problema, en un callejón sin salida. Esperamos que los demás nos resuelvan todo porque entendemos que la democracia funciona así y porque aceptamos que la participación ciudadana no conduce a ningún cambio en concreto. Nos resignamos a eso. Puede que sea cierto en parte, pero si todos nos quedamos en la comodidad de la casa mirando estupideces por televisión, la posibilidad de forzar un golpe de timón de parte de los "representantes del pueblo" se reduce a su mínima expresión. Reclamar es un derecho que no sabemos ejercer, y cuando pretendemos ejercerlo, nos sale mal. Todo termina de la peor manera, con represión y personas heridas.
Entonces comprendemos dos cuestiones: Que hacerse el boludo no es tan conveniente como parece, y que nada es gratis en términos de participación popular. Nadie está interesado en integrar una comisión de un club o lo que fuere porque los días en que hay asamblea cualquier posible integrante está más ocupado pensando en comer un asado que en los asuntos que la convocan. Por eso, no es sorpresa que estén sean siempre los mismos quienes estén atornillados a una silla, y piensen que hablamos de algo tan insignificante como presidir un club o formar parte de la "mesa chica". Imaginate si querés presidir el comité de un partido político. Nadie quiere agarrar viaje, porque es un fierro caliente (sobre todo si ese partido hace rato que no gana o consigue votos). Las discusiones o el debate quedan dentro de esa gente que está en la conducción. Los afiliados ni se enteran, o cometen el error de dejar en manos de los otros los ideales, principios, etc. Bueno, convengamos que hablar de ideales y principios en 2022 es casi una antigüedad. El pragmatismo se impone por sobre lo dogmático, nadie está dispuesto a escuchar un discurso de barricada cuando sabe que no tiene el menor sustento. O que, aquel que lo pronuncia con tanto énfasis, no tiene la menor autoridad moral para nada de lo que está declamando. Esa gente se da por satisfecha con los aplaudidores de turno, como estos programas de TV donde invitan al público a la tribuna con el sólo fin de aplaudir. El resultado de todo esto termina siendo patético.
Es decir que hacerse el boludo es todo lo contrario a involucrarse o tomar partido por algo. Jugársela. Como decíamos hace unos años, la prioridad continúa siendo zafar. Actuamos de esa manera y creemos que nos sacamos un quilombo de encima, pero los que tienen la manija deciden por vos, por mí, y por todos. Deben completar su mandato sea como sea, y es lo que corresponde. Como decía el gran Enrique Pinti, "acá no se va nadie". ¿Te votaron? Perfecto, ahora hacete cargo y empezá a gobernar, si esa es tu aspiración, y hasta el último día vas a tener que garantizar (teóricamente) los derechos básicos de los ciudadanos. Yo rescato eso de la democracia argentina post-'83: ya no te vas a poder victimizar porque una Junta Militar interrumpió tu mandato antes de lo previsto. Estás 4 años, te la bancás, y te vas, excepto que seas reelecto. Todo lo que hiciste o dejaste de hacer, si vivimos en una sociedad con alguna dosis de coherencia, te lo harán saber los mismos que te votaron antes, y los que vos creés que te pueden respaldar otra vez. Si te sueltan la mano, estás jodido. Bancátela también. Esperá otros cuatro años y tal vez tengas revancha. Mientras tanto, vas a poder meterte en la lista sábana y "cobijarte" con una banca en el Senado, como hace la mayoría. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario