30 de octubre de 2022

Aceptación no es lo mismo que claudicación

Domingo por la tarde en la ciudad. Probablemente esta sea la última nota que publique este mes. Ha sido un octubre particularmente intenso, que me dio la impresión de ser más rendidor, si lo comparamos con su antecesor. Más productivo, podría afirmar, pese a que hubo un fin de semana largo de 4 días que no sirvió para nada y que alguna mente brillante consideró que era bueno implementar con el pretexto del turismo.

Septiembre, se sabe, despierta expectativas y algo de cursilería por ser el mes de la primavera, el Día del Estudiante, el del florecer, y un sinnúmero de tópicos a los cuales se lo ha caprichosamente vinculado. La percepción general, fue que septiembre versión 2022 resultó bastante insípido. El devenir de los días fue tan rápido e intrascendente, que llegó a su fin llevándose consigo todas las alegorías que los poetas mediocres le fueron atribuyendo a lo largo del tiempo. En cambio, el mes actual no me pareció tan pesado, y eso que trae un día más. No es tiempo aún como para hacer evaluaciones o balances sobre este año que se encamina a finalizar. Y quizás, no sería una mala idea evitar cualquier tipo de juicio de valor, de buenas a primeras. Excepto que te haya pasado un hecho particularmente extraordinario que te haga pensar que 2022 será difícil de olvidar. Muertes y nacimientos lideran el ránking con comodidad, y después puede haber algunos logros personales que permiten posicionar a ese ciclo anual en un sitial de privilegio. Si te recibiste de la Facultad luego de remarla por 6 años, claro que va a ser un año para destacar, que no es ni más ni menos que la consecuencia del esfuerzo de los cinco anteriores.

Si te ponés a pensar, y sin prentender reflexionar demasiado, son dos caras de la misma moneda: Una sería "romantizar" un hecho (como se dice ahora), un evento de tu vida y darle una impronta épica. Y la otra, sería una mortificación excesiva por un evento que te tocó atravesar pero que no reviste gravedad en términos reales, por más que te haya afectado o provocado una decepción. 

 Haciendo esas salvedades, no abundan otros motivos de relevancia como para destacar un año respecto del otro. Y, por supuesto, quedan excluidos de todo análisis también los avatares políticos y económicos del país.  Hacer un diagnóstico tan exhaustivo al final de un ciclo implica un esfuerzo que sólo tiene sentido para los anuarios que antes se publicaban como un suplemento en los diarios en papel.

Pero en lo que a vos o a mí respecta, si durante un mes o año cualquiera no estuviste bien de salud, tanto física como mentalmente, todo lo demás queda relegado. Por mucho que haya prosperado el país, o la guita que hayas ganado con tu trabajo, nada será suficiente. Un accidente que te mantuvo incapacitado y te demandó una rehabilitación de varios meses hará que ese año en particular sea para el olvido, y sin lugar a dudas eso demuestra claramente que la salud continúa siendo el principal valor que sostiene una vida plena.

Por esos motivos, creo que esbozar una reseña minuciosa no conduce a nada rescatable. Estás luchando contra tu propia naturaleza humana, que es la de olvidar. Si no olvidáramos muchos momentos de mierda, nos sería imposible continuar, porque estaríamos limitados por ese sufrimiento. Por supuesto que no estoy refiriéndome a pérdidas de seres queridos, o cualquier suceso que te haya marcado a fuego, porque de eso nunca es posible recuperarse del todo.

Pero no sería extraño que, dentro de 10 años o más, recuerdes a 2022 por un hecho bisagra en tu vida y del cual no te percataste en el momento que ocurrió. Es algo muy común, y está relacionado con la tendencia a mirar en retrospectiva, a plantearnos qué pasó cuando nos abruma la sensación de que los años se nos vinieron encima. Por eso nos enroscamos, le damos vueltas una y otra vez a lo mismo, buscamos encontrar algo meramente valioso para autoengañarnos y pensar que todo ese lapso no transcurrió en vano. Puede que de esa búsqueda cuasi antropológica surja un lindo recuerdo que dejaste pasar de largo, y entonces te sentís mínimamente aliviado porque ese hecho actúa como un disparador. Te lleva a convencerte de que no todo fue al pedo, algo hiciste, te tocó dar el puntapié inicial de un proyecto que quedó flotando en un limbo pero que años después se concretó de otra manera que no creías viable. Por ejemplo, 2012 fue un año particularmente malo para mí, tuve que afrontar experiencias desagradables, pero todo eso entra a jugar con más fuerza ahora que ya pasaron 10 años. 

Cuando hay un aniversario con “número redondo”, como se los denomina de un modo corriente, te salta la ficha. En la medida que no pase más de ahí, creo que es normal y aceptable para cualquier persona. Pero mirar hacia atrás deliberadamente, sobre todo si sabés que al rebobinar la cinta te esperan episodios que fueron de mucha turbulencia, no es lo más conveniente. Eso va a seguir estando ahí, lo sabemos, porque dejó una huella como el ying y el yang, pero hay que seguir. Siempre lo he entendido así, aunque es más fácil decirlo que asumirlo. Y para finalizar, les diría que no hay un año que haya sido complemente malo, desastroso, y decadente. A nivel macro tal vez sí, pero estamos hablando de experiencias individuales. Las crisis cada uno las atraviesa como mejor puede o como mejor le sale. No hay ningún manual para eso, ningún librito que te asegure destreza y habilidad para esquivar obstáculos. Te vas a seguir dando la cabeza contra la pared aunque tengas 80 años, y sería bueno aceptarlo sin que parezca una claudicación. Antes de pedirles a los demás que tengan empatía, deberíamos ejercerla hacia nosotros mismos. Castigarse por un error involuntario que no jodió a nadie, no merece la pena. De hecho, puede que esta nota misma sea un error, pero quedará así.

Nos estamos viendo en noviembre. Punto final. 


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