Si vos o usted me está leyendo desde algún punto lejado de la geografía rioplatense, el título de esta nota alude a los Ratones Paranoicos. Una banda que replica el sonido de los Stones, no sé si todavía continúa en actividad, pero la cuestión es que estaba escuchando un disco en vivo de 2017. Podría decir que sus canciones más logradas son “La Nave”, “Isabel”, y “Carolina”. Bueno, convengamos que “Vicio” es una canción aceptable, pero que está muy quemada porque fue el leit motiv del programa de Tinelli. Esa sobreexposición llevó a que mucha gente comenzara a detestarla, es lógico suponerlo, pero no viene al caso. Algo parecido sucedió con un tema de Manuel Wirtz, pero visto y considerando que el nombrado carece de demasiados méritos, creo que le vino bien mientras duró que su hit sonara en el programa de TV de mayor rating antes de sucumbir en el olvido.
Por alguna
extraña razón, todo esto viene a cuento de que estaba escuchando ese disco en
vivo de los Ratones. Siempre me fastidia que dediquen demasiada cuota de
participación al público, sólo por el hecho de demostrar que se trata de un
álbum en vivo. Bueno, algo parecido ocurrió con La Renga, en un lanzamiento que
ni siquiera los fans de la banda toman en cuenta. Y tienen razón.
Lo que sigue a
continuación, son algunas ideas sueltas que surgieron espontáneamente, y como escribí casi todo sin pausa, lo único que corregí fueron los errores de tipeo, bastante frecuentes.
En el
supermercado de siempre, está el señor de seguridad. Su presencia no intimida a
nadie ni ejerce poder disuasorio, sumado al hecho de que no porta armas de
fuego. Hay, por lo menos, 50 cámaras
monitoreando el lugar. Quien pretenda afanarse algo será inmediatamente
localizado, y probablemente escrachado si esas imágenes se filtran en las
redes. Ahora bien. ¿Quién permite o autoriza que eso pase? Claramente el
registo fílmico está, y estoy hablando como si se tratara de una película. Una
película que, como mucho, dura un minuto, y es la secuencia en la cual el o la
la cliente esconde algo dentro de sus ropas. Varias veces me he puesto a conversar
con “el chico de seguridad”, a sabiendas de que nunca seremos amigos ni nada
parecido, sino para matar el tiempo. Y por ende, el diálogo es escueto y
trasunta por tópicos parecidos. No es lo mismo que el súper del chino que está
cerca de casa. Desde el mismo momento en que entrás, aunque hayas ido 80 veces,
te miran con desconfianza. Es todo bastante mecánico: Tomás un producto de
cualquiera de las góndolas que haya, pagás y te vas. Ni vale la pena saludar.
Ya fue, por eso solamente voy al chino cuando el resto no han abierto aún las
persianas o el motivo que fuere. Conservo siempre el ticket de la compra efectuada,
al menos durante un par de días, no vaya a ser cosa que me vengan a reclamar
algo inverosímil que estoy en condiciones de desmentir. Escuchan una música que
no entiendo, y yo tampoco los entiendo a ellos, pero no me importa porque no
fui a hacer una tertulia sino a comprar una gaseosa o una lata de cerveza. No
jodan. Sí, sé que tienen cámaras fuera del local, pero no tengo nada que
esconder, siempre uso la misma bolsa de tela azul, y es allí donde guardo mi
mercancía. Es complicado pagar con tarjeta. Porque el mínimo que ellos
decidieron arbitrariamente son equis pesos, y el monto que pretendo pagar es
menor, así que ellos quieren los billetes, esos manoseados y desgastados
papeles que pasan de mano en mano. Ni hablar de promociones de ningún tipo o
cuenta DNI, ya sería mucho pedir. El chino quiere la plata, y vale aclarar que
no es una estigmatización del chino, si fuera brasileño pensaría lo mismo. O judío, no por ello me convierte en antisemita.
Ah, aquel verano
de 1996. Recién egresados de la Secundaria, y fuimos a festejar a pleno a un
boliche que ya no existe más. 1996 fue el mejor año que recuerdo si tuviera que
recapitular, aunque hay un par más que pelean el podio. No viajé a Bariloche,
no me interesó, porque básicamente previo a la travesía los cabecillas del
grupo nos plantearon a mí a a otros más una hipócrita reconciliación, casi como
si se tratase de un cese del fuego. Intuí que era de una falsedad absoluta
pergeñada al sólo efecto de ir a Bariloche, lo cual, debo decir, tampoco estaba
mal. Pero yo ya lo conocía en febrero de 1993. Espectacular. No por el lugar en
sí, más que nada por cómo llegamos. El Cerro Catedral, sin nieve, carece de
gracia o no tiene el marco que lo distingue, aunque lejos de mis intenciones
estaba esquiar, porque era carísimo y lo sigue siendo ahora, casi 30 años
después.
Viajaba con un
familiar que me había invitado y acepté casi sin dudarlo. En una travesía que demanda muchas horas, gastamos el stereo del auto escuchando una y otra vez aquel disco (en formato cassette) que catapultó a
Fito Páez a la masividad. Sí, por qué, no nombrarlo, “El amor después del
amor”, ya para esa instancia todos lo teníamos en algún lado, en algún lugar aunque
más no sean algunas canciones sueltas pirateadas, era lo más, pero el tiempo
pasa factura y es evidente que 30 años después, ni las canciones ni su propio
autor resistieron el paso del tiempo. Son canciones de un país inexistente, y
de una celebración a la vida o a lo que mierda sea que ya resulta demodé. Ni
Fito Páez volvería a editar su obra maldita que fue casi un pacto con el Diablo,
porque lo llevó a hacer, casi inexorablemente, “una que sepamos todas”, con
resultados paupérrimos. Rutas argentinas, cruzar La Pampa, Neuquén, hasta
llegar a Bariloche a bordo de un Ford Sierra que por entonces era bastante top.
En el ’93, cualquier modelo de gama media que tuviera levantavidrios eléctrico y amplio baúl era toda una novedad
para lo que yo conocía del vehículo de mis viejos o de algunos amigos.
Ahora que lo pienso bien, quizás todo esto sea buen material para un futuro cuento, con los recursos literarios propios de un relato ficcional. Y ahora que lo pienso por segunda vez, es probable que los recuerdos se desdibujen y sean tan sólo una construcción basada en hechos reales, anecdóticos, pero con otros episodios que elegimos evitar, o saltear, y entonces ya de por sí es una manera de construir ficción casi sin darnos cuenta. Claro que, quedarán algunas fotos dando vueltas por ahí, o un objeto que nos haga anclar en el farragoso terreno de la nostalgia. Por eso, siempre es mejor una evocación grosso modo, si es que cabe. Para los acontecimientos importantes, creo yo, están los feriados y las efemérides.
Olvidé mencionar que hoy Boca salió Campeón (partido épico), que hoy es el cumpleaños de Charly García (salud, Maestro), y que en las primeras horas del sábado 22/10, llovieron 15 mm. en Lobos luego de casi 8 meses sin que cayera una gota. Algo es algo. Nos estamos viendo
pronto. Punto final.
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