26 de diciembre de 2022

Viejos

Todo llega en esta vida, dicen. Más que tener miedo a envejecer, tengo miedo a sentirme viejo. Quizás una cosa esté ligada a la otra, aunque no es excluyente. Hoy por hoy, mi apariencia física denota que ya no soy un "nene", por algunos detalles evidentes: Tengo canas, un diente parcialmente manchado por el café, el mate, y el tabaco, y mi voz tiene alguna ronquera ocasionalmente debido a esto último. Ya dije que si las canas avanzan aceleradamente, no tendría ningún problema en teñirme el pelo, me importa muy poco lo que digan. Conozco una persona más joven que yo que terminó con el cabello completamente blanco, y como se cansó de tener que explicar boludeces, se lo tiñó y fin del problema. Probablemente sea algo vinculado con la genética y no más que eso.

En cuanto al diente, hay que reemplazar la funda por otra nueva y todo ello es bastante costoso porque el material más durable que se utiliza es la porcelana, obviamente que estamos hablando de un tratamiento estético y odontológico. Si voy a invertir una suma considerable en eso, tiene que ser un dentista conocido. Veremos, en algún momento habrá que decidir eso también. De lo contrario, llegará un punto en que me dará vergüenza sonreír y terminaré posando en cualquier foto con una media sonrisa al estilo de La Gioconda. 

Hoy, lunes 26, tenía muchas ganas de escribir un nuevo posteo, pero realmente no se me ocurría cómo encararlo ni qué decir. Hacer un compendio de todo un año es algo que (esta vez) no está en mis planes. Básicamente, porque enunciar lo que hice o dejé de hacer, imagino que será tremendamente aburrido para el lector promedio.

Hay que estar informado incluso de algunas cuestiones que no son relevantes, o sí. Recuerdo el siguiente diálogo con mi vieja: 

"Che, viste que se murió Pinky, qué lástima..."

Respuesta: "Eso fue hace dos días". 

Es decir, que pasaron dos días en los cuales no registré nada al respecto. Me pareció raro y me motivó a ver un poco más de televisión, sobre todo los canales de noticias. 

Siempre he creído que lo más complicado para adaptarse ha sido siempre la transición entre un año y otro, que coincide con el verano, el calor y ese espíritu bucólico que distingue la hora de la siesta estival. Ya para febrero/marzo todo vuelve a la normalidad y uno se pone las pilas de nuevo, en parte porque no queda otra alternativa que seguirla remando. Ojalá que no falte el trabajo, todos lo necesitamos.

Tema dos: A menudo escuchamos decir: "Hay que ponerse en el lugar del otro". Nos da la impresión de ser una frase noble y llena de buenas intenciones ¿verdad? Bueno, parece que ahora a eso lo llaman “empatía”, no sé desde cuándo. Lo cierto es para cualquier persona resulta muy difícil aproximarse a algo semejante. En principio, porque en muchos casos no conocemos el contexto en que vive Fulano, y si lo conociéramos probablemente nosotros actuaríamos de otra forma. 

Podemos solidarizarnos con alguien que está pasando por un mal momento, pero... ¿ponernos en el lugar? El único modo que tendríamos sería pasar por una situación igual a la de nuestro amigo. Por ejemplo, que si a Fulano se le inundó la casa por la lluvia, a nosotros nos suceda lo mismo. Eso de "ponerse en el lugar" suena muy loable, pero me parece un poco retorcido. Para cada acción que realiza un sujeto públicamente,  podemos analizar una conducta desde el punto de vista moral, no legal. Eso sí es posible, y de hecho la mayoría de nosotros lo hacemos casi sin darnos cuenta: justificamos el proceder de alguien por su desamparo, o lo rechazamos porque nos resulta contrario con nuestra forma de pensar. Llamalos principios, si querés. Por eso me parece muy difícil ponerse "en la piel" del otro. 

Cuando el familiar de un amigo muere, vamos al velorio y nos mostramos afligidos porque realmente nos provoca tristeza lo que él está atravesando, pero nada sabemos de su vacío y angustia hasta que alguna vez nos toca a nosotros. No podemos sentir lo mismo que la persona que sufrió la pérdida, eso es lo que trato de expresar. Quizás por eso siempre desconfié de los que dicen "solidarizarse" con tanta liviandad, como si fuera tan fácil. Desde luego que existe la posibilidad de intentar un acercamiento para pensar desde otro punto de vista, un abordaje diferente de las desgracias ajenas. Pero no hay lugar que valga. No me convence la idea en absoluto y creo que debemos sincerarnos. El único que sufre es uno mismo. Los demás acompañan, contienen emocionalmente, te bancan, y es válido porque hacen lo mejor que está a su alcance. Lo demás, hay que saberlo sobrellevar (o afrontar) en soledad. Punto final.

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