Domingo por el mediodía en la ciudad. En este primer post de 2016, me parece oportuno pensar en el valor que le damos a la palabra, en tiempos donde cada vez más se nota aquello de que "se las lleva el viento". Todo requiere de un certificado, de un documento público, de un papel de acredite nuestra voluntad. Hay certificados para todo: de nacimiento, de supervivencia, de defunción. Cada vez nos volvemos más desconfiados en el trato cotidiano, como si pensáramos que cualquiera está "al acecho" para cagarnos. Todo se comparte por un celular o por Internet, pero cuando estamos cara a cara con el otro, no sabemos de qué hablar. Antes, cada foto tenía un motivo o una razón de ser. En la actualidad se fotografía absolutamente todo, y sólo un pequeño porcentaje de esas fotos se imprimen. Todo está "en el aire", en lo que los expertos en informática denominan "la nube". Nuestros datos personales, nuestros recuerdos, ya no están sólo en la mente de cada uno, sino también en Facebook, Instagram, o cualquier otra red social.
Estos cambios son tan profundos y difíciles de aceptar para los que tenemos más de 30, que nos sorprenden y nos dejan en "offside". Sobre todo, por la rapidez con que los celulares van quedando obsoletos para el común de la gente, dado que al agregarles tal o cual chiche, todos querrán ese modelo, que tenga una amplia pantalla, una cámara con muchos megapíxeles, y conectividad a Internet. Diez o quince años atrás, la única forma de acceder a Internet era desde una computadora, como lo hago ahora mientras estoy escribiendo estas líneas. Definitivamente, soy un dinosaurio que se quedó en el tiempo. Punto final.
Blog de Lobos, ARG, desde hace 20 años en la Web.
3 de enero de 2016
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