28 de julio de 2020

Lo estresante de vivir en un "olla a presión"

Miércoles en la ciudad. Ya estamos transitando una nueva semana, que probablemente será similar a las anteriores, pero con el cambio de fase por todos conocido. Hay días que la cuarentena me sienta mejor que otros, depende de varios factores. Si me mantengo ocupado con el laburo o en los ratos de ocio el día no se me hace tan largo. Pero lo importante es, y perdón por la expresión, que no nos tomen por boludos. Cuando hablan de "nueva normalidad", es parte de un relato fantástico, porque normalidad es lo que conocíamos antes del 20 de marzo. Es lo mismo que decir "nuevo cero kilómetro" para un auto que tiene 20 años. La pregunta que siempre flota en el aire es cuánto tiempo más llevará, pero ya estamos hartos de formularnos estos interrogantes habiendo pasado 120 días. No es momento de buscar culpables, porque es algo que contribuye aún más a la indignación colectiva. Si supiéramos ejercer nuestras libertades individuales pensado en el otro, en que lo puedo contagiar y enfermar, muchas notas que suelo escribir aquí serían anacrónicas o no tendrían razón de ser. ¿Cómo es posible que un país vecino como Uruguay no tenga problemas serios con el virus y otro también cercano, como Brasil, esté apilando muertos? Vos podés abrir la economía todo lo que quieras, pero hacete cargo y asumí los riesgos. La democracia es representativa, por lo tanto elegimos a los tipos que deciden por nosotros, y lo hacemos cada dos años. Por eso, también, 2021 es una gran incógnita. 

Esta Argentina siglo XXI que no deja de sorprendernos, da un paso hacia adelante y dos para atrás.  Hay gente que vive sin luz, gas, agua, teléfono, y obviamente sin Internet. No son marginales porque sea su deseo, sino porque nunca nadie se ocupó de ellos. Y no hay que alejarse demasiado de Buenos Aires para comprobarlo. Gracias Macri por tu "Pobreza Cero" y el infame segundo semestre de prosperidad; gracias Alberto por prometernos que tendríamos la heladera llena. 

La pregunta que uno suele hacerse, y que surge naturalmente cuando somos testigos directos de estos casos de extrema indigencia y precariedad, es: "¿Qué puedo hacer?" Probablemente, muy poco, excepto sentirnos culpables por tener todas las cosas de las cuales estas almas carecen. Y es así, porque casi sin darte cuenta empezás a pensar de qué me quejo, si este pobre tipo no tiene acceso a los servicios mínimos que le garanticen bienestar y calidad de vida. Y estoy acá, con cuatro paredes y un techo, mientras hay argentinos que la pasan realmente mal, durmiendo en la calle, abrigándose con cartones o con mantas viejas y corroídas por la intemperie. Y cuando llega el verano, ven pasar a quienes se van de vacaciones a la Costa, o simplemente tienen la posibilidad de mojarse un poco las patas en una pileta pública o una Pelopincho, mientras ellos padecen el sol calcinante, los mosquitos, los días interminables, y esas horas que parecen ser eternas. Nunca fui una persona de grandes gestos solidarios, pero sí tengo el criterio suficiente para darme cuenta de que alguien debería hacer algo para que estas personas tengan sus necesidades básicas satisfechas, lo cual me supera y me excede totalmente. Más aún ante una coyuntura de carácter excepcional.

Y que no se entienda esto como una crítica excluyente a los K, porque en la Argentina ha habido miseria desde que yo tengo uso de razón, aunque quizá yo esté siendo recurrente con la cuestión de la pobreza que abordé en un post anterior. Pero déjenme decirles que la clase media es bastante egoísta e hipócrita en su modo de actuar, porque la única vez que tuvieron huevos para movilizarse y se dieron cuenta de que había pobres en este país fue en el 2001, cuando se produjo el fin de la fiesta menemista y los codiciados dólares que el  especulador de medio pelo había guardado en el banco quedaron atrapados en el nefasto "corralito" y el posterior colapso.

Desde luego, hubo ahorristas cuya única intención era precisamente ésa, la de ahorrar, pero hubo muchos otros que especularon hasta la debacle acumulando pesos/dólares y vieron esfumarse su efímera riqueza de un zarpazo, mientras las grandes masas de dinero se fugaban a los paraísos fiscales (esto último sigue pasando). Por eso, a pesar de pertenecer a lo que genéricamente se conoce como "clase media", no me siento del todo identificado con ella. Punto final. 

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