Extrañaba retomar el contacto con los lectores por intermedio de mi blog, aunque no hay transcurrido demasiados días desde el último texto. Parece que el invierno se ha anticipado de un modo atroz, y entre los 11º C de la media mañana, las ráfagas de viento helado y las cenizas del volcán chileno, todo hace pensar que estuviéramos en Londres. Con la diferencia que la libra esterlina vale 10 veces más que el peso, y es moneda de referencia en todo el mundo.
Más allá de la cuestión Malvinas, yo no odio a los ingleses. Me parecen estúpidos en muchos aspectos, pero no al punto de sentir aversión hacia ellos. Todos nos emocionamos cada vez que vemos el famoso gol de Maradona a Inglaterra, pero si nos ponemos a pensar, se trató tan sólo de un partido de fútbol. Un match por la Copa del Mundo, pero un partido al fin. Pretender "revancha" de una guerra que le costó la vida de 649 compatriotas, es una necedad. Insisto: el gol está considerado en forma unánime como el mejor en la historia de los Mundiales, pero más tarde o más temprano surgirá otro crack que haga un gol mejor, y que desplace de su lugar al de Diego. Siempre sucede. Los récords, las marcas, las estadísticas, están hechas para romperlas, sobre todo si hablamos de acontecimientos deportivos. Francisco "Pancho" Varallo fue, durante décadas, el máximo goleador de la historia de Boca, hasta que Martín Palermo rompió la marca. El récord de Varallo tenía un valor especial porque, además, fue el último sobreviviente que participó de la Selección en el Mundial de 1930. Lo mismo sucede con los Juegos Olímpicos. Siempre surge una "joven promesa" dispuesta a arrasar con todo y derribar mitos y estadísticas. Y esa es una de las pocas cosas que todavía me gustan del deporte. El hecho de que un futbolista o un atleta tenga la motivación de superarse, aunque más no sea por competir contra sí mismo. Punto final.
Blog de Lobos, ARG, desde hace 18 años en la Web.
7 de mayo de 2015
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