Llueve torrencialmente en la noche de Lobos. Un fenómeno climático largamente esperado, luego de varios días de una humedad asfixiante. Hoy perdí mi tarjeta de débito, seguramente por una boludez mía, por no tomar recaudos. Tengo la esperanza de que se la haya "tragado" el cajero automático y que mañana, cuando vaya al banco, la pueda recuperar. Voy a esperar a que eso suceda antes de denunciarla como extraviada o robada, además de que te cobran un recargo por la reposición de la tarjeta. Hoy fue un día de relativa calma, aprendí a no darle mayor importancia a episodios como el que acabo de describir. A decir verdad, 2019 estuvo lejos de ser un buen año para el común de los argentinos, excepto aquellos que especularon con el dólar, los bonos de la deuda, y que viven de eso, se las rebuscan tratando de hacer una "diferencia" que al resto de la sociedad no le interesa, porque está más preocupada en conservar su fuente de trabajo y de llevar el pan a la mesa que de frecuentar a las cuevas y las financieras.
A modo anecdótico, este año será recordado por el apagón masivo que afectó a todo el país. Fue el 16 de junio, Día del Padre, con casi 8 horas sin suministro que le rompieron la paciencia a cualquiera. Si tuviéramos un servicio de calidad, la gente no compraría grupos electrógenos para estas contingencias, porque en todo caso serían cortes esporádicos y no por mucho tiempo. También en 2019 padecimos una megadevalución que dejó a nuestra moneda como papel pintado, luego de que (sin el menor sentido común), el Presidente anunciara un acuerdo con el FMI con un mensaje grabado. Y en los días previos y posteriores a las PASO de agosto, el dólar volvió a dispararse, con el Banco Central quemando reservar para intentar contener la cotización del billete y apagar el incendio.
Infancias destrozadas, pérdida de la inocencia y de la ingenuidad propias de todo niño: Hay muchos chicos en Argentina que se ven obligados a mendigar o a trabajar a una edad muy temprana en plantaciones de tabaco llenos de tóxicos, y en muchos casos hay padres inútiles e irresponsables detrás de este flagelo que mandan a sus hijos a trabajar mientras ellos derrochan el dinero o no contribuyen a la economía del hogar. Yo todavía no tengo hijos, pero siempre fui de la idea de que hay que pensar muy bien antes de traer un hijo al mundo. Una cosa es tener sobrinos o primos, y otra muy diferente es asumir la responsabilidad de la educación y crianza del pequeño. Además, las familias optan por tener cada vez menos hijos por el costo que ello trae aparejado. Desde que nacen, con los pañales, los controles pediátricos, los medicamentos, la ropa, los juguetes que todo chico quiere tener, la leche maternizada (creo que se llama así), son todos gastos que motivan una gran erogación en los primeros meses. Por lo general, las mujeres son las que sienten una natural inclinación a ser madres, es parte de su naturaleza, el cuerpo de la mujer está preparado para concebir un hijo. El hombre muchas veces lo ve desde otro punto de vista, lo cual no quiere decir que no vaya a amar a su hijo. La voracidad comercial hace que cada vez haya más productos orientados hacia los chicos, y no sólo juguetes: los chicos tienen su primer celular a una edad cada vez más temprana, y el consumismo hace que quieran una Playstation o una Tablet, en fin, ¿cómo explicarle a un chico que en esta sociedad capitalista el dinero no alcanza para todo? Cómo decirle que no a algo que se impone porque la TV lo promueve constantemente? No voy a ser tan ingenuo de pretender que los chicos vuelvan a jugar a la rayuela o a las bolitas, porque sería lo mismo que seguir sacando fotos en blanco y negro, el tema es detenerse a pensar un momento y ver si, en las últimas décadas, evolucionamos y involucionamos. En la era del descarte, donde lo que no sirve se tira sin pensar que al otro sí le puede resultar útil, es muy difícil alentar esperanzas. Punto final.
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