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2 de mayo de 2016
Convivir con los años que llevamos encima
Con el paso del tiempo, vamos cambiando. Muchas veces, aunque no querramos hacerlo. Ya no frecuentamos los mismos lugares, ni vestimos de la misma manera. El bar de toda la vida, que era un punto de encuentro para la gente del barrio, no existe más, porque ahora lo demolieron para construir un edificio de departamentos. Y también te pasa que te cansás de la rutina, de que todo sea exactamente igual al día anterior, vas envejeciendo, y no te podés vestir más como si fueras un pendejo. Por lo general, quienes lo hacen son personas que pretender ser más jóvenes de lo que son, lo cual es un error. Aunque resulte difícil, hay que aceptar la edad que tenemos, comprender que la vida tiene ciclos y etapas, y que estamos en constante movimiento. La sociedad actual no es muy compasiva con los viejos, por eso no seas tan maleducado de burlarte de ellos, ya te va a llegar la hora a vos de estar recluido en un geriátrico.
Pero además, nuestros gustos y preferencias cambian. Ya no nos causa gracia el chiste de doble sentido, la estupidez, la ordinariez. Vamos buscando otras cosas. Las largas caminatas en el Parque o en la Plaza Tucumán tienen otro sabor. Estamos creando una nueva experiencia que nos saque del hastío, resistiendo al tiempo que es más tirano de lo que parece. Por otra parte, nos empieza a llamar la atención el jazz, el tango, la bossa nova, porque todo lo demás nos parece demasiado burdo y trillado. Pensamos en un futuro, probablemente en acceder a la vivienda propia o a consolidarnos económicamente, y a veces se nos pasa la vida pensando, haciendo planes y cálculos, que esto sí y esto no, lo cual es peligroso, porque nos desdibujamos, nos convertimos en una caricatura de lo que fuimos. A cierta edad, es poco probable que ciertas cosas sean de nuestro interés, simplemente porque ya las vivimos y no están dadas las condiciones para un "deja vu". Aceptar que hemos dejado atrás varias páginas, es asumir que ya no somos adolescentes. Un trance complejo, porque todos, aun quienes dicen ejercitan la madurez y la mesura, tienen actitudes de pendejo. Lo cual no está mal, siempre que no se vuelva en una compulsión o en un acto repetitivo que te hace quedar como un gil. Punto final.
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