Sin embargo, pensemos en esto: Necesitamos más automovilistas que cedan el paso al peatón. Más dueños de perros que no los dejen cagar en la vereda ajena. Más gente que ame lo que hace, que sienta pasión por el trabajo que tiene. Constantemente veo personas deambulando como zombies, con cara de nada, porque el trabajo es el precio que tienen que pagar para sobrevivir. Es verdad que hay laburos jodidos e insalubres, pero si vos estudiaste para algo, ponele pilas y no jodas. No siempre lo que te gusta hacer es lo mejor remunerado. Yo elegí ser periodista, y quizás si fuera abogado o ingeniero me iría mucho mejor, pero nunca me detuve a pensar demasiado en eso, creo que a la larga se impone la vocación sobre la profesión.
Y hay muchos que están disconformes con la vida que les tocó en suerte, eso también es cierto. Porque no siempre en la vida podemos elegir. Y debemos tomar decisiones duras, que no quisiéramos, pero no nos queda otra opción. Y más viejo te ponés, más te das cuenta de que la vida dejó de ser un juego. Es un ciclo, un viaje, y hay que tratar de pasarlo lo mejor posible sin joder a nadie. Porque un día te despertás y cuando querés acordar, ya pasaron 10 o 20 años, y te preguntás qué estuviste haciendo todo ese tiempo, siguiendo al rebaño, sólo por quedar bien con el resto. Los garcas que se pasan todo el día en un bar no piensan en eso, porque para ellos la vida pasa por otro lado, por la timba o la especulación. Es algo que me interesa enfatizar. A cualquiera de nosotros, tomar una decisión crucial nos produce miedo e inquietud. Natural sensación que tenemos cuando hay muchas cosas en juego. Lo único que no se puede hacer en esa coyuntura, es mostrarse paralizado por la inacción. Si la pifiás, peor te sentís, empezás a pensar cómo deberías haber actuado, o qué hubiera pasado, lo cual no conduce a nada porque con los hechos consumados, poco se puede hacer. Pero no está de más pensar, que más tarde o temprano, quizás tengas una pequeña revancha personal si se da vuelta la tortilla, como solemos decir. Punto final.
Y hay muchos que están disconformes con la vida que les tocó en suerte, eso también es cierto. Porque no siempre en la vida podemos elegir. Y debemos tomar decisiones duras, que no quisiéramos, pero no nos queda otra opción. Y más viejo te ponés, más te das cuenta de que la vida dejó de ser un juego. Es un ciclo, un viaje, y hay que tratar de pasarlo lo mejor posible sin joder a nadie. Porque un día te despertás y cuando querés acordar, ya pasaron 10 o 20 años, y te preguntás qué estuviste haciendo todo ese tiempo, siguiendo al rebaño, sólo por quedar bien con el resto. Los garcas que se pasan todo el día en un bar no piensan en eso, porque para ellos la vida pasa por otro lado, por la timba o la especulación. Es algo que me interesa enfatizar. A cualquiera de nosotros, tomar una decisión crucial nos produce miedo e inquietud. Natural sensación que tenemos cuando hay muchas cosas en juego. Lo único que no se puede hacer en esa coyuntura, es mostrarse paralizado por la inacción. Si la pifiás, peor te sentís, empezás a pensar cómo deberías haber actuado, o qué hubiera pasado, lo cual no conduce a nada porque con los hechos consumados, poco se puede hacer. Pero no está de más pensar, que más tarde o temprano, quizás tengas una pequeña revancha personal si se da vuelta la tortilla, como solemos decir. Punto final.