22 de septiembre de 2017

El país de la intolerancia

Desde nuestro surgimiento como Nación y como país soberano, seguimos sin darnos cuenta que aquello que nos ha hecho tanto daño, que nos ha sumido en la decadencia, en períodos de falsa prosperidad y otros de extrema miseria, ha sido (y sigue siendo) la intolerancia.

Ya no hablemos de posiciones políticas: nadie respeta a quien piensa u opina diferente. Hace unos meses, publiqué en este blog una nota con el título "Hacer la guerra detrás de un monitor". Pues bien, nada ha cambiado ni hay miras de que suceda. Antes nos agarrábamos a las trompadas, ahora agredimos a quien sea por las redes sociales. De esta manera se han destruido amistades que fueron forjadas durante años, hay personas que dejaron de hablarse o de saludarse, porque tanta bronca contenida parecería exacerbarse en foros supuestamente pluralistas que en realidad son un campo de batalla para la agresión. La famosa grieta goza de buena salud, y va desde descalificar el pensamiento del otro, hasta lisa y llanamente insultar, caer en la bajeza de sembrar rumores falsos (o imposibles de comprobar). También hay idiotas útiles que se prenden en este juego, y no puedo creer cómo desaprovechan el tiempo que bien podría estar destinado a leer un libro o actividades más edificantes, sino "craneando" qué  le van a responder al otro. 

Esto no es nuevo, sólo que ahora nos puteamos y nos creemos los dueños de la verdad por Facebook, y no estamos en la época de la Gestapo para que los rumores que atentan contra el honor de una persona corran de un modo tal (más aún en un pueblo chico), se conviertan en el tema del día. De los múltiples grupos "de opinión" que hay de FB sobre Lobos, en la mayoría no se llega a ninguna conclusión, parece ser una suerte de entretenimiento para gente que tiene muy poco que hacer. 

  Y yendo a un nivel macro, cómo es posible que dos hinchadas rivales en un partido de fútbol, traigan consigo un impresionante despligue de policías, para que ninguno caiga víctima de una emboscada y haya que lamentar muertos, o en el menor de los casos, centenares de heridos a botellazos y pedradas. Cómo darles el ejemplo a nuestros hijos, si vemos que un peatón va cruzando la calle y en lugar de aminorar la marcha del auto, aceleramos. Es totalmente irracional. 

Hace décadas que la dirigencia política viene proponiendo "un modelo de país", y cada uno que asume, en lugar de tomar lo bueno que dejó la gestión anterior, se empeña en destruirlo. Queremos empezar de cero, daría la impresión, algo que no es posible para un país de 200 años que debería aprender las lecciones del pasado, tomar el ejemplo de quienes se jugaron la vida por sus ideales, como Lisandro de la Torre o Alfredo Palacios, un espejo al que deberían mirarse a diario los legisladores actuales, que tanto dejan que desear con sus inútiles "chicanas" y discursos que son un largo bostezo de obviedades y buenas promesas. 

El intolerante, además de creer que sus ideas son las únicas que valen, pretende lucirse e imponerlas a otros. Cuántas veces hemos oído hablar de "debate" y vemos que todo termina de la peor manera, sin discutir la cuestión de fondo y apelando a subestimar la inteligencia del interlocutor. Precisamente, subestimar al otro es un síntoma clave de intolerancia. Hasta en las cuestiones más elementales, parece imposible llegar a un acuerdo. Los chicos en edad escolar, que no tuvieron materias como Instrucción Cívica en mis épocas de estudiante, desconocen la Constitución (y ni hablar de las leyes que reglamentan las garantías de todo ciudadano). Pero dejemos de culpar a los pibes, que sería la salida más fácil, y asumamos alguna vez nuestra propia responsabilidad. Punto final.

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Comenzamos la semana. Ayer saltó la térmica y media casa permaneció a oscuras mientras intentaba escribir estas líneas. Así que tuve que int...