13 de septiembre de 2017

Llamar a las cosas por su nombre

Los argentinos somos especialistas en eufemismos, o en ponerle un nombre simpático a hechos gravísimos. Un ejemplo: "el corralito" de 2001. Recuerdo que a mediados de 2002, cuando empezamos a salir paulatinamente de la crisis, la prensa hablaba de "veranito". Duhalde no es santo de mi devoción, y podría enumerar todas aquellas cosas que lo convierten en lo peor de la política. Pero agarró un fierro caliente en enero de 2002 e hizo lo que tenía que hacer. Hoy, que tanto se habla de "sinceramiento", en aquel momento era imperioso sincerar en los hechos lo que venía ocurriendo y poner fin a la fantasía menemista del "1 a 1", a la convertibilidad. Pesificar los ahorros no benefició a nadie, pero las reservas del Banco Central estaban por el piso y ningún país serio nos iba a prestar un centavo. Quedó para la historia, también, en su discurso de asunción, con aquella patraña de "quien depositó dólares, recibirá dólares". Era imposible lograr algo semejante, ya que entre 2000 y 2001, miles de millones de dólares se fugaron al Exterior. Pero mucho antes, en 1999, la gente eligió a un Presidente que se comprometió a mantener el "1 a 1". Así nos fue, por no asumir el costo político y social que traería aparejado una coyuntura económica que se tornaba insostenible. 

De la Rúa, además de no darse cuenta de que se estaba cavando la fosa solo (con varios conspiradores), no supo, por su ineptitud, interpretar las demandas de la sociedad, y así seguimos hasta el día de hoy, con sucesivos mandatarios que nos fueron endeudando hasta el infinito con créditos externos y que ni nuestros nietos podrán pagar. Para ellos es sencillo, porque se van en cuatro años (u ocho a lo sumo), y le pasan la  llave de la Casa Rosada al que sigue. Y cuando finalmente parece que las cosas se encaminan, como ha sucedido en determinados períodos donde los indicadores económicos han sido favorables, se creen superhéroes, la dirigencia política sigue convencida de que nosotros (el pueblo) somos sus cortesanos. Es su obligación y su deber administrar las finanzas e invertir en desarrollo social, no les cabe ningún mérito por eso. La política como modo de vida, para enriquecerse y "hacer caja", sigue siendo tolerada -por lo general- mientras la economía marcha bien, porque al común de la gente le importa su dinero lo cual es razonable. Lo que no lo es, es dejar pasar por alto tanto cuánta guita se despilfarre en sobreprecios, paraísos fiscales, rutas fantasma, hoteles con habitaciones vacías, y no es privativo del kirchenerismo. Se compran votos en el Congreso, y se compran voluntades en cada elección. Lo único que puedo rescatar es que buena parte de la sociedad tiene la memoria y la conciencia suficiente para adaptarse a las circunstancias. Porque de eso se trata la inteligencia: no de cuántos libros hayas leído, sino de la capacidad de adaptarse. Aunque nos duela. Punto final.

Cayéndose a pedazos

  Nos estamos cayendo a pedazos. Más allá de lo desastroso que es el gobierno de Milei, y que salta a la vista, hay otros aspectos a conside...