Espléndido día soleado en
la ciudad. Nos merecíamos que este otoño despertara de su letargo, después de varios días de lluvia y humedad. Elegí esta "tardecita" de sábado para escribir unas
líneas, en este modesto blog, porque si lo hago por la noche, seguramente voy a
estar demasiado cansado y no voy a poder redactar algo digno de ser leído. Tuve
una semana de mucho laburo (como la mayoría de ustedes, supongo), y hoy
aproveché para organizar algunas cosas. Por ejemplo, me puse a revisar mi
"videoteca" (si podemos llamarla así) y me di cuenta de que tenía
varias películas sin ver. Pero también comprendí que nunca las vería, porque
como dije varias veces ya no soporto estar más de 90 minutos viendo algo que no
sea la final de un campeonato de fútbol. Puedo hacer una excepción con aquellos
clásicos del cine mundial que no me canso de ver. Y como además aquellas películas los compré
de puro impulso, fiándome de la “crítica especializada” y resultaron ser una
auténtica bazofia, la semana pasada hice "la buena acción del día" y
se las regalé a un grupo de amigos y conocidos. No sé si ellos las verán, pero
al menos podrán ilustrarse un poco, dado que entre los DVD en cuestión había un
documental aburridísimo de la Segunda Guerra Mundial que nunca pude terminar de
ver. De hecho, no creo que vaya a comprar más discos de filmes en el corto
plazo, ya sean truchos u originales, porque tengo bastante material para ver
todavía. Pero sigo prefiriendo ese formato antes que Netflix, tan en boga
hoy en día. Hay objetos que caen en desuso por el propio avance de la tecnología, como los cassettes: tengo más de 20, con entrevistas grabadas, ni sé a quién, porque no tengo ya dónde reproducirlos. Y como el costo para digitalizar esas cintas es alto, dudo que valga la pena conservarlos.
Con el tema de los diarios me sucede algo parecido: una vez por semana, al menos, acostumbro comprar Clarín o La Nación, pero no tengo tiempo para leer el ejemplar. Lo hojeo como puedo, mientras estoy en el baño o antes de dormir, cuando las noticias ya hay sido sepultadas por la actualidad. Es decir, han dejado de ser noticias: forman parte del arcón de los recuerdos. En fin, siempre fui un ávido lector, pero para leer un texto y comprenderlo, por simple que sea, se requiere concentración, y si tenés la cabeza en otra parte el cansancio mental se nota y lo que menos querés hacer es agarrar un diario. La única excepción que se me ocurre, es cuando uno se sienta solo, a la mesa de un bar, a tomar un café. No sé por qué, pero leer el diario en un bar resulta más entretenido que leerlo en casa.
Con el tema de los diarios me sucede algo parecido: una vez por semana, al menos, acostumbro comprar Clarín o La Nación, pero no tengo tiempo para leer el ejemplar. Lo hojeo como puedo, mientras estoy en el baño o antes de dormir, cuando las noticias ya hay sido sepultadas por la actualidad. Es decir, han dejado de ser noticias: forman parte del arcón de los recuerdos. En fin, siempre fui un ávido lector, pero para leer un texto y comprenderlo, por simple que sea, se requiere concentración, y si tenés la cabeza en otra parte el cansancio mental se nota y lo que menos querés hacer es agarrar un diario. La única excepción que se me ocurre, es cuando uno se sienta solo, a la mesa de un bar, a tomar un café. No sé por qué, pero leer el diario en un bar resulta más entretenido que leerlo en casa.
Estamos siendo testigos de
cómo se está pasando del formato papel, al digital. Por esa razón, los grandes
medios se reinventan, y ofrecen una suscripción para leer las noticias por
Internet. Qué se yo, hace tiempo ya que le vienen declarando la muerte al
libro, y sin embargo sostengo que goza de larga vida. Sobre todo en un país
donde hay abundantes comercios del ramo, que ofrecen no sólo los best sellers,
sino las grandes obras de la literatura universal, que no tienen fecha de vencimiento, y que las nuevas generaciones no
dejan de redescubrir. Punto final.