Hoy me informaron de la pérdida de un ser querido, concretamente un familiar cercano, y pese a que se hizo todo lo humanamente posible para mantenerla con vida, su corazón dijo basta. Fue un proceso muy desgastante para todos quienes estuvimos a su lado en esa larga y cruenta agonía. Todavía "no caigo", todavía no logro tomar real conciencia de lo que sucedió, y con el correr de los días iré sintiendo su ausencia, o evocando con nostalgia los momentos en que ella y yo fuimos felices.
La muerte es injusta, incomprensible, no cabe en nuestra mente la certeza de que algún día dejaremos de existir. Cuando alguien muy cercano a nosotros muere, se va con esa persona parte de nuestra vida también. Recuerdo cuando una vez una profesora de Filosofía, que era atea, nos dijo en una clase: "Lo que me asombra y me conmueve, es la fuerza de la vida, ver que hay personas que han perdido un hijo o un hermano y sin embargo pueden continuar viviendo, recuperándose del dolor". Quizás estas no fueron las palabras exactas que pronunció, pero sí recuerdo sin temor a equivocarme aquello de "la fuerza de la vida". Alguna vez nos tocará a nosotros estar en un geriátrico, o en la cama de un Hospital, y sentir el vacío, el abandono, que cada día es igual al anterior. Y peor aún, ser presos de nuestro propio cuerpo: no poder caminar, mover un brazo, girar la cabeza. Cuando los esfuerzos de los médicos no alcanzan, cuando no basta con ir a la Iglesia a rezar o a llorar, sólo nos queda aceptar lo irremediable. Nos quedan las fotos, los recuerdos, los juguetes de los abuelos, objetos que nos aferran y nos remotan a la infancia, cuando parecía que también nosotros teníamos toda la vida por delante, cuando parecía que no había sufrimiento ni dolor. Hoy, lamentablemente, en esta sociedad que se cae a pedazos vemos cada vez más chicos que ni siquiera pueden disfrutar de sus primeros años de vida, porque los padres son unos borrachos o delincuentes que no tuvieron la menor conciencia de lo que significa traer una vida al mundo.
Cada uno guarda un dolor, "su" dolor. Y también la culpa, de pensar en no haber hecho todo lo posible y necesario, de no poder estar en momentos cruciales. De no darnos cuenta que estamos acá de paso, y que más allá si creés en un Ser Superior, algún día te vas a ir de este mundo.
Hasta siempre, abuela. Te voy a extrañar.
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