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27 de octubre de 2017
Decir la verdad no es un mérito, es un deber
He escuchado durante la campaña política, e inclusive antes, que se pregona como una virtud el "sinceramiento", o "decir la verdad". La única verdad es la realidad, solía decir Perón (frase que le pertence a Aristóteles). Es decir, lo que vemos y percibimos. Me resulta patético que lo que debería ser un deber de funcionarios y dirigentes de todo pelaje, sea interpretado como una rasgo de sensibilería y discurso fácil. Todos los ciudadanos tenemos que saber lo que está sucediendo en materia de seguridad, economía, educación, y salud. Que otros no lo hayan hecho antes, no enaltece a quienes supuestamente decidan hacerlo ahora. Es un planteo utópico, lo sé, habiendo atravesado décadas donde la mentira y la doble moral era el común denominador. Pero a cierto sector le gusta dejarse engañar, o autoengañarse, como cuando en los '90 nos creíamos un país del Primer Mundo y se produjo el desmantelamiento de la industria nacional, con una avalancha de porquerías importadas por el dólar barato. En realidad, esto les preocupó sólo a los directamente perjudicados, la gran mayoría de la sociedad hizo la vista gorda porque no había inflación en el contexto de una economía dolarizada (pesos convertibles, 1 peso igual a un dólar).
Por eso, no puedo salir de mi asombro cuando ahora dicen que se acabó la impunidad, y nadie movió un dedo para el desafuero de Carlos Menem. Dos atentados terroristas, decenas de muertos, la voladura de la fábrica militar de Río Tercero que dejó a la ciudad en ruinas, tráfico de armas, sobresueldos, mayoría automática en la Corte Suprema, y podría seguir enumerando. Terminada la "fiesta", nadie se hizo cargo, y la única condenada fue María Julia Alsogaray. Como pasaron más de 20 años, y muchas causas judiciales prescribieron, a nadie le importa que Menem sea un resto fósil sentado en una banca. Qué mirada estrecha que tenemos a veces, al no comprender que ese pasado (que no es tan lejano), cayó bajo el olvido. Eso también es tener memoria, en el total sentido de la palabra, y recordar, uno por uno, quiénes estaban en la Segunda Década Infame para que estos tipos no se reciclen y vuelvan a postularse como si nada hubiera pasado. Punto final.
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