9 de agosto de 2020

Cuando ya no estés acá

Hay un momento en la vida, en el cual comprendés casi todo lo que va a venir. Y es entonces cuando tenés la oportunidad de torcer un destino que en el común de los casos no parece muy prometedor. 

Tengo 41 años, lo cual representa casi la mitad de mi vida si tengo la suerte de llegar a los 82. No me gustaría convertirme en un viejo decrépito que pasa sus últimos días recluido en un asilo porque se ha vuelto en una carga para su familia. No me gustaría en el futuro darme cuenta de que, por la vejez, todos mis amigos han muerto y me encuentro solo con otros ancianos que no reciben visitas de nadie, porque ya no le importan a nadie. Los humanos somos objetos de descarte. Estudiás, empezás a trabajar, tenés hijos, te comprás o alquilás una casa, y listo. No queda mucho más. Llega la jubilación cuando el sistema te considera obsoleto. Así funciona el capitalismo, y se manifiesta en el rostro más cínico hacia quienes reciben dos monedas luego de 30 años o más dedicados a cumplir con el ideario del burgués occidental. 

La plata no te va a alcanzar y si no tenés a tus hijos o nietos para que te den una mano, estás en el horno. Si vivís solo, es probable que en un accidente doméstico un día te  fractures un brazo o una pierna, porque tus huesos no son los mismos de cuando te bancabas las patadas de los partidos de fútbol con los muchachos de la oficina. Es la fase previa al bastón o la silla de ruedas. Ahora te mirás al espejo y ves lo que sos: un viejo. Una persona inútil para lo que la sociedad demanda, que es una población económicamente activa. Si la pegaste con algún emprendimiento y supiste invertir bien la guita, puede que tengas un buen pasar. Eso sí, de las enfermedades no te vas a salvar. Los médicos te van a recetar pastillas de todo tipo, PAMI te las va a pagar porque ya sos un tipo que no tiene mucho para perder, y vas a estar tomando remedios para dormir, para la hipertensión, diabetes, o lo que te toque en suerte. Obviamente, vas a tener que usar anteojos, quizás dos pares, porque tu capacidad visual se redujo con la presbicia. Ves que la gente, poca o mucha, te saluda para tu cumpleaños y te sentís un dinosaurio, un sobreviviente. Te van a dar un celular y no vas a saber cómo usarlo. Vas a empezar a decir que se perdió el respeto por los mayores, cuando vos te cagabas de risa de los viejos siendo un pibe de 20 años.

Año 2061: Los diarios en papel no van a existir más, entrarás a un bar y la gente estará embobada con las pantallas de los celulares o dispositivos táctiles mientras espera que el café se enfríe. Puede suceder que nunca entiendas a tus nietos, o por qué los padres no quieren que pases tiempo con ellos. Si no tenés tarjeta no podés hacer ningún trámite. Vas a ser un testigo pasivo de todo tipo de guerras con armas nucleares o químicas: el rifle y la bayoneta ya no existen tampoco. 


Sobrevienen recuerdos de distinta índole, inconexos, que no guardan un orden cronológico. Son como flashes que surgen de alguna situación reciente que actúa como "disparador". Muchas personas buscan un modo de permanecer "flotando en el aire" después de fallecer escribiendo libros de memorias o autobiografías. Algunos reúnen méritos suficientes para escribir un texto que quizás en el futuro pueda ser objeto de estudio. A otros, en cambio, sólo los mueve la vanidad de dejar un legado antes del fin. Todos abrigamos, aunque no nos guste reconocerlo, el deseo de trascender, y es una de las grandes fuerzas movilizadoras de la historia de la humanidad. Si no hubiera la aspiración de dejar algo antes de abandonar este mundo, el hombre no se embarcaría en epopeyas, hazañas, en desafiar a la naturaleza, en luchar contra lo establecido para construir nuevos paradigmas.

Mi principal lucha es vencer mis propias limitaciones y permanecer al margen de la mediocridad. Poco me importa cómo me recuerden en el futuro, si yo ya no estaré aquí. No me gustaría ser recordado como un mal tipo, porque no lo soy. Pero todo lo que quieran hablar o decir sobre mi persona, queda en un segundo plano. No persigo poder ni gloria, soy uno más del montón que trata de cumplir con sus compromisos laborales y familiares lo mejor posible. Por supuesto, siempre es grato que alguien nos elogie o nos felicite en el diario trajín, es una pequeña caricia en pos de un objetivo que depara varias dificultades: ni más ni menos que crecer y reinventarse en todo sentido, siguiendo el pulso de la sociedad pero sin ser esclavos de rebaño. Punto final.

Las preguntas obvias también merecen ser respondidas

Con el paso del tiempo, vamos cambiando. Eso no es novedad, lo novedoso es cómo interpretamos ese proceso. El destino nos lleva a enfrentarn...